viernes, 29 de marzo de 2013

Condena de Silencio.

Hastiado. Apagado por el peso de los años. Enclaustrado en un vacío atemporal que oprime. Embrazado por la armadura de lo que nunca se dijo, oprimido por la oscuridad ardiente en sus brazos, piernas, pecho, cabeza. En posición fetal, alumbrado por las estrellas. Con la intención de sentirse inmortal rodeado por la presión del universo infinito. Ya no le gustaba el universo, mucha oscuridad allá fuera. Mucho infinito fuera de sí mismo. Mucho por comprender, nada que explique.

En el silencio de su figura la energía no recorría su cuerpo, como muerto. Brillaba con intensidad azul su cerebro, apenas haciendo ruido, deslizando los pensamientos con un eco maligno a través de la pantalla de sus ojos. Su corazón latía rojo, pugnando por destrozar la cáscara de su cuerpo, como una nueva vida que intenta salir al nuevo mundo, a la luz, para encontrarse en medio de la oscuridad, la noche y la muerte.

El espacio llenaba cada parte de su cuerpo, su cuerpo llenaba cada parte del espacio. fuera de él no había nada. Fuera de él no había certeza, en sus límites acababa todo, presa de una profunda e insondable negrura. Abismo dentro de la frontera, abismo fuera de la frontera: abismo, delimitado por el sonido del corazón latiendo.

viernes, 22 de marzo de 2013

Tu cuerpo.

Que no decaiga el ansia del tiempo,
que no acabe el silencio del cuerpo.
Que tu vida no se apague en el mar,
que tus sueños lleguen a su final.

Que me permitan explorar,
las arenas de tu cuerpo.
Que jamás te llegue a explotar
el pelo con el viento.
Que tus ojos me miren
con gotas de veneno.

Que de tus dunas,
me lleguen los besos.
Que no me digas,
"se acabó nuestro cuento".
Que tu mirada busque
otro cuerpo en la distancia.

Que en sueños,
se rompa el cielo.

Que por siempre, por siempre jamás
me jures amor etéreo.

martes, 19 de marzo de 2013

El trono.

Surgió de un beso el trono. Soberbio se sentaba el rey sobre sus posaderas, notaba el tacto de la fría madera del asiento rozando sus dedos. Con el silencio de los años se iban arrugando los dedos e iban apretándose contra los reposabrazos, crispándose en un abrazo invisible, agrietando el símbolo de su poder.
La serpiente apareció del vacío. Se irguió como llamada por una música extraña y miró al rey consumirse en su poder. Observó cómo este permanecía inmóvil ante el veneno que le por dentro y que emanaba del trono. Mujeres cientas podría tener el rey, dinero mil podría poseer, pero callaba y se aferraba a la cátedra. La cátedra se movía, bailaba, era difusa, a veces dorada, a veces podrida, a veces viva, a veces silenciosa.

El rey murió, el rey se deshizo en polvo, miro al cielo y, aunque no desapareció se convirtió en una capa de polvo que atesoró en silencio la silla. Había un nuevo rey en la silla, ya no había serpiente. Un amanecer dorado, un domingo rojo, una noche de cristales, un juego de pelota, se coreó el nombre de la libertad, el nuevo rey el primero. 

Apenas se hubo sentado en el trono, una serpiente se desilzó sobre su oído y comenzó a susurrar.

viernes, 15 de marzo de 2013

Sol, arena y tierra.

Sol, arena y tierra
la surcan las carrocerías,

sol, arena y tierra,
dice el poeta en carretera,

sal, arena y tierra,
en los surcos del asfalto,
sal, arena y tierra,
en los labios del olivar,

sal, noche y tierra,
en la sombra de las montañas,

sal, noche y tierra,
luz de la gasolinera,

sal, noche y piedra,
en las notas de mi alma,
en el silencio de las etiquetas.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Crónica de una mirada.

Crónica de una mirada.
Hay situaciones que valen un mundo. En medio del ruido y el bullicio, en mitad del frío y la muerte, una noche desapacible y solitaria, quizás una esquina desaparecida de la faz de la tierra.
Pagaría con cualquier cosa por repetir ese momento. Por mantenerlo estanco hasta el aburrido infinito. Ya he visto derretirse el hielo de tus ojos, amenazar con sus garras de gato abriéndose paso en el silencio. He visto, entre sombras alguna luz, un espejismo de salvación.

Cerró de golpe el ordenador portátil. No se le ocurría ninguna manera más de continuar la historia. Parecía que se le había resecado la fuente de las palabras en la cabeza, no podía hacerlo más poético, más profundo. Miró por la ventana en busca de inspiración pero lo único que encontró fueron gotas de lluvia y farolas. Farolas, sosas e insulsas farolas. No se podía contar una historia a través de una farola. Bueno, sí se podía, la historia de algún cuento infantil, pero eso no le competía, o, por lo menos, no quería que le competiese. El escritor buscaba algo de inspiración, el tópico de todos los escritores sin inspiración, siempre la misma historia, unos ojos somnolientos pegados a la pantalla, a la servilleta, al cuaderno, a la suela del zapato, a cualquier lado donde se pueda escribir. Unos ojos tristes, deshechos, suplicantes casi. Los ojos ateos no se atreven a rezar, los ojos creyentes culpan a otros de su poca suerte.
Hastiado abandonó su salón. Cogió una libreta y decidió buscar la inspiración en las calles, en las apisonadas calles, en las pintadas calles. En la suciedad y la lluvia, en una copa ardiente en mitad de la noche, en unos pasos helados. La mejor manera de escribir la crónica de una mirada era salir a buscarla, a cazarla.
Se puso su chaqueta. Bajó las escaleras deprisa, el viento le ayudó sin gentileza a abrir de un portazo el portal de su calle. Vivía en unos pisos cochambrosos, abandonados de la mano del Dios de Abraham y de cualquier otro, una fachada que anteriormente sería gris pero que la inmundicia había cubierto de humedad, plantas y centenares de tipos de musgo, casi abandonado, ennegrecido, decorado por la naturaleza. Casi abandonado, poblado por más insectos que personas. La puerta de entrada al edificio arrojaba una lúgubre luz amarilla sobre unas puertas barnizadas recientemente, única muestra de renovación del edificio, dando paso a un interior con un blanco sucio perenne en la pared, arañas en las esquinas y escaleras de color negro estrechas, suelo de azulejos y puertas chirriantes. Los monstruos de terror no vivirían en un sitio como este, abandonado incluso por ellos, Dios no pensaba en estos lugares a la hora de realizar su creación continua.
Con la lluvia arropando su abrigo negro se deslizó por las calles solitarias bajo la luz de los faroles. Se dirigió con pesadumbre a algún rincón cercano que ofreciese algo nuevo a su maltrecha mente. No era precisamente un rincón el sitio sobre el que entró, un sitio que olía a limpio y no a humo, que servía copas caras y en el que sonaba música no muy marginal. La gente se sentaba en los sillones a tener agradables conversaciones que no les quebrasen la cabeza. Y el escritor, en medio de su proceso creativo en estanco se sentó solo en una mesa semioscurecida. Las horas pasaban y las cervezas iban ocupando sitio en la mesa, dejando más solitaria a la servilleta sobre la que había pretendido escribir.
Unos ojos se acercaron a verle, unos ojos marrones ocultos tras unas gafas y un mechón de pelo negro. Unos ojos en un cuerpo no muy grande pero no muy pequeño, unos ojos con unos labios rojos como el demonio, unos ojos muy dolorosos, unos ojos para recordar y no olvidar. El escritor se acercó a esos ojos y tras un rato de charla y bebidas del espíritu decidió abandonar su mente infecta de ideas en el silencio que le correspondía y seguir viviendo la crónica de su mirada.
En un callejón, lleno de humo, lluvia y silencio, se encontraron en la pared de ladrillos rojos, duros, testigos de su pasión. Besó los labios de sus ojos, los de su boca después. Como se devora una fruta devoró su boca, bailaban las lenguas de fuego bajo las miradas atentas de las palomas. Empapaba la lluvia su mechón de pelo negro que le caía, con los demás, sobre el rostro, las gafas quedaban mojadas en el llanto de las nubes, la barba del escritor goteaba por el hueco de su camisa hacia el pecho.
Algo cambió de golpe. Algo se había cambiado de sitio de un momento a otro y había deshecho el encanto. Extrañado la miró a los ojos y descubrió una verdad terrible que lanzó su alma al abismo.
Dios había muerto en sus ojos. Ya no estaba allí, ya sus ojos no eran los que le miraban anteriormente, los de su crónica, ahora sus ojos eran la muerte, su sonrisa el infierno, su perfume azufre y la lluvia que le caía lodo. Se veía a sí mismo reflejado en los ojos de ella, ardiendo entre sus brazos, se veía perdido. Gritó rasgando su voz y huyó, abandonó el callejón y la oscuridad que la rodeaba a ella. Pero el mundo también había cambiado, todo era oscuro, si Dios antes no bajaba a aquellos lares ahora ya no existía, ya había muerto. Corrió y no vio más que oscuridad, ella no lo persiguió.
Una luz se interpuso entre su camino, un golpe sordo y un chirrido anularon su movimiento. Al instante yacía en el suelo con los dedos en charcos de agua, sangre y barro, dos metros detrás suya el conductor del coche llamaba a una ambulancia mientras la vida se le escapaba del pecho. Miró al callejón esperando ver su imagen y solamente encontró negrura y muerte. Quiso mirarla a los ojos, quiso, pero no pudo. De sus ojos inolvidables le quedaba la imagen, de Dios el recuerdo.

martes, 12 de marzo de 2013

Ayuno.

Creo que puedo ayunar esta mañana,

y hago, como hacen todos los ladrillos

en las cárceles, un poco de ruido,

ladro al carcelero que ya no se asusta,

y me estrello otra vez contra los barrotes.

Y por mucho que me queje, ya he ayunado,

acarreo el hambre y me arrastro,

como los perros, como las ratas.

Porque ya he ayunado pasean tranquilos los gigantes,

y pisotean otros gigantes más pequeños.

Nosotros paseamos tranquilos, en silencio,

cegados por las máscaras de gas,

viviendo la guerra absoluta
noviolenta.

Todo esto pasa porque ayuno,

ayuno por la incomprensión de los números,

la culpabilidad me mira desde el plato,

el infierno se abre a la hora de comer,

y por eso ayuno.

Quienes se salen del muro lo golpean,

hacen eco en la espesura,

les caen encima los ladrillos más altos,

y por eso,
 
por miedo,

ayunamos.

martes, 5 de marzo de 2013

Doctor, doctor.


(Aparece el paciente hablándole desde su concreto divan a un doctor bastante etéreo)
 
PACIENTE: Doctor, ¿qué tengo? ya se lo he explicado todo, mi infancia, mis recuerdos, la relación turbulenta con  mi padre, la muerte de mi madre, la relación tempestuosamente apasionada de la que luego resultó ser mi hermana secreta, cómo pasé mis años en la cárcel, mis escarceos con drogas y prostitución, mi ludopatía... Doctor, ¿qué me pasa? ya no recuerdo el sabor de la tormenta, no encuentro la luz al final de la cocina, las botellas las veo vacías siempre y las maletas no me esperan en ninguna casa. Doctor, ya senté cabeza, ya acabé con la depresión, ya no veo ninguna figura, ya no tengo impulsos suicidas ni hay voces en mi mente. Doctor, doctor, ¿qué me ocurre? ¿Por qué me siento así? no hay nada malo ya en mi vida, doctor, ¿ve cómo suena el repiqueteo de mi voz como unas teclas quejosas de ordenador? Usted me prometió la felicidad y aunque ya no queda nada más que aseptismo y pureza blanca en mi mundo... ¿por qué estoy tan solo?
 (Silencio)
¿Doctor?
 (Más silencio insondable)
 ¿Doctor?

sábado, 2 de marzo de 2013

La jungla.

En mitad de la naturaleza escuchaba su respiración. Veía sus ojos de metal brillar entre las tinieblas. Apenas si el sol llegaba al fondo de la jungla. Había llegado a la zona con mis armas, con mi fuego y con mi expiación. Me había quedado mirando la respiración de ese ser, acompasando nuestros lados, viendo sus ojos de asesino a través de las excasas plantas. Paralizado, no podía moverme. El miedo me aprisionaba, no sabía qué me esperaba si daba un paso, y la criatura parecía no querer moverse tampoco.
No sé cuánto tiempo estuve parado, no sé cuánto pude estar allí, creo que hasta me empezó a recubrir una capa de polvo. Por fin me decidí, no sin un hálito de terror, acercarme y apartar la maleza, acceder al secreto y descubrir lo que me esperaba.
Mi sorpresa fue mayúscula al destapar un par de botones viejos que brillaban a la luz de mi linterna, abandonados ahí por quien sea. No he de mentir, me decepcionó, esperaba dragones.
Descorazonado volví a casa, regresé, y al dejar la selva del jardín de mi casa volví a mis cuatro años, a descubrir el mundo en cada paso. A encontrar ojos de fiera en todos los botones abandonados.