miércoles, 24 de abril de 2013

El rito.

La conjunción astral le indicó al chamán que su sueño había acabado, que ya era tiempo de alzarse y rebelarse. El letargo y el silencio se había acabado por fin. Acogido a su capa y su bastón fue avanzando con paso lento y cuidadoso entre los tortuosos senderos de la selva. Andando poco a poco bajo la luz de la luna y el canto de las estrellas.
Un repentino viento suave le llevó el aroma de la dulzura de las flores que ya nunca más vería, el zumbido de los insectos y el yanto de los animales que ya no le contarían sus secretos. El tormento de las luciérnagas guiándole en su camino de despedida. Los vapores que se alzaban desde el suelo hasta su nariz le indicaban la senda que seguía en pos de un destino distinto.
Las vías se tornaban ya oscuras y empinadas, hasta llegar al borde de la montaña, la voz de los dioses clamaba el sacrificio, el esfumarse de su vida. Llegó al borde y escucho la petición de los dioses, que saltase, que abandonase el mundo, que continuase el rito que sus antepasados habían llevado a cabo.

Tras mirar el vacío.

Huyó.

martes, 23 de abril de 2013

Feliz día del libro (a la poesía)

El arpa todavía yace en la habitación del ángulo oscuro, en silencio y sin producir sonido alguno. Tan concreta. A diferencia de las palabras que me cuenta, que parecen sacadas de un sueño, su cara es tan real... El tacto de su piel bajo mis dedos, sus labios rojos sacados del fuego del infierno, sus ojos cerrados ocultando su mirar irreal de heroína caída.
Se deslizan mis dígitos entre sus pechos y me asomo a la infinidad de su cuerpo bajo las sábanas. Me enredo en su pelo salvaje, beso su cuello, dibujo sobre su espalda cada uno de los lunares, memorizándolos. Dejo pasar un suspiro tras otro en el silencio de su sueño. Observo, imperturbable en la penumbra de la habitación.
Una lágrima aparece sobre los rincones olvidados de su cuerpo, un susurro que cae sobre su oreja, un cuento que se acaba en sus caderas, alterado ya el ritmo de su cuerpo cejo en mi empeño mientras se desvanece antes de conocerla toda.
Ya no hay arpa en la habitación del ángulo oscuro, ya no hay concreción, mas todavía queda el recuerdo.

domingo, 21 de abril de 2013

Patapalo.

“Ábreme la puerta” murmuró Patapalo. “Ábreme la puerta” gritó esta vez acompañando su voz de dos golpes profundos y huecos en la madera torcida y vieja de la habitación. “He dicho, que me abras la puerta” tornóse su voz amenazadora y oscura. “Si no me abres, echaré la puerta abajo” susurró entredientes, “ábreme, maldita zorra, que me comeré tu corazón si no lo haces”. Improperios e insultos varios se estrellaban contra la puerta inmóvil mientras le propinaba con la palma de la mano golpes cortantes y directos, pegando cada vez más la cara a la madera roída por la carcoma. “Ábreme... ¡He dicho que me abras! Está bien, no me dejas otra opción”. Abierta ya la puerta, forzada a base de golpes entró, cuchillo en mano, y, apoyándose en la única pata que tenía sobre la cama, apuñaló el colchón hasta saciar su rabia, con la mirada roja. Plumas revoloteaban por toda la habitación y la luna se colaba por la ventana abierta al manto nocturno.
Al darse cuenta de la sombra de la ausencia en el lecho, volvió a él la rabia y salió corriendo (como buenamente pudo) de la habitación, agarrando su escopeta al salir por la puerta de la villa. Llamando a gritos a la que buscaba vagó entre los bosques aledaños a la casa, buscó en los caminos, en las cuevas y en los troncos de los árboles, no se molestó cuando comenzó a llover, no le molestaron las riadas, la rabia y la furia lo cegaba. Buscó hasta el amanecer, buscó durante varios días sin importarle el hambre, sin importarle apenas el cansancio, hasta que encontró. Subidos en uno de sus caballos vio a lo lejos, ya fuera de sus tierras, fuera de su potestad a los causantes de su furia, su hija y su amante.
Su grito resonó por toda la sierra, su maldición y su juramente de venganza ocupó el eco de los valles durante varios días, el disparo lanzado al aire espantó a los pájaros de la zona. A la vuelta a su señorío abrió la verja con tranquilidad, cerrándose ésta con un lúgubre chirriar, la enredadera prendida en los muros de la casa, el jardín lleno de hierbajos y los cristales sucios le miraban temerosos, conocedores de su rabia. La puerta de la casa, señorial y en roble, abierta desde que saliese, esperaba ansiosa que no regresase nunca. Tras cerrar la puerta se pudieron oír los pasos de la pata de palo golpeando el suelo de piedra primero y el de madera después. Se pararon tras deambular un rato y sonó por toda la casa el golpe sordo y el grito y el sollozo de una mujer.

martes, 16 de abril de 2013

Infinito.

En el golpe del universo

residen todos los cuerpos desnudos

del espacio entre las pestañas del sol.

Sobre el pelo de la luna vibra

la canción de amor del pirata perdido,

de los pájaros azules, y la niebla.

En los muertos de Marte

vive oculto el escrito del monje

y el destino de las máscaras.

Los colores del polvo cantan

su sinfonía velada.

Acallado por el negro este cantar,

Olas de fuego controlan el llanto primigéneo.

Se vuelca la cuna al saber,

que arriba es abajo

y todo está del revés.

Cuentan los niños las estrellas:

                         uno,
                                dos
                                      y tres...

martes, 9 de abril de 2013

Damnatio memoriae.

Ya no me acuerdo de tu nombre de gata,

de tu andar meditabundo y distante.

Ya no me acuerdo de tus ojos de luna,

de tu vivir de heroína trágica.

Ya no recuerdo las hojas de tus besos

ni los pétalos de tu olor.

No recuerdo el silencio de tus años

ni el brillo de tus estrellas.

No recuerdo el cauce de tu río

ni el latir de tus oídos.

No recuerdo de tu piel el sabor,

ni el recuerdo de tu existencia.

Te has condenado al olvido,

y espero a que el agua,

como arena te lleve.

miércoles, 3 de abril de 2013

Fuerza para amar.

Hoy me he levantado con frío en el alma. Sonó el despertador y allí estaba quejándose como un niño lloroso. Aún en el alba me alcé sobre mis talones y me metí en la ducha. El agua caliente no suavizó los quejidos, no cesó el tiritar de mi interior. El café casi hirviendo se deslizó por mi garganta y mi alma chilló.
Me vestí con gran abrigo, buscando el fuego y un pequeño calorcito dentro de mí, pero todo intento fue en vano. A mi alma se le había olvidado cómo vivir. A mi alma se le había olvidado cómo darse calor. Salí a la calle, punteando la aurora en el cielo, rayando ya el amanecer, con las luces de las farolas ya apagadas. El mundo despertaba, ya cantaban los pájaros a la primavera naciente tras un largo invierno. Ya el sol asomaba entre las calles de la ciudad. Y mi alma, seguía pasando frío, encogida en el hueco que ocupaba, rozaba con los bordes de éste, y entonces lo volví a sentir.
La lanzada estalló en mi pecho al contemplar la belleza en toda su forma, la música que acompañaban en silencio el paisaje, la perfección visual y el olor de agua que tiene la hermosura. Y mi alma abandonó su hueco y desapareció por todo mi cuerpo, y la energía buyó por mis extremidades y, al fin otra vez, me sentí con fuerzas.