martes, 27 de mayo de 2014

Átomos pectorales.

Entre dos átomos habita el vacío en mi pecho
desde que lloras problemas y se dilata el abismo.
Desde que tengo una bailarina entre mis brazos
el marfil me parece vácuo de mortandad y belleza.
No se puede expresar todo en sucias palabras curvadas
desde que tu pecho contiene un pañuelo rojo de seda.
Si te apoyas en una manzana de la que ansío beber
y te deshojas en mil pétalos de azahares complejos...
Si te giran en la negrura los anillos de planeta
y brillan en la complejidad de tu existencia...
Si entre raíces se oculta tu cadera redondeada
y en el pozo escondes derrotas ajadas...
Déjame beber, déjame ser sol, déjame encontrar.
Tu cuello de glaciar no distingue de derroteros,
acostumbrado a los guijarros que tus pies pisan,
dime si en tus ojos de barranco hay peligro de caída,
cuéntame cuántas veces te has despeñado dentro de ti.
Tu vientre de río se llena de niños bañándose al sol,
y sigue su curso hacia el mar lejano y ardiendo,
enséñame si recuerdas cómo se bailaba en círculos,
si puedo sacarte de tu abismo al fin.

jueves, 22 de mayo de 2014

Carretera

Se arremolina la carretera delante, como una niebla pesada y espesa. Como si cayesen desde los infiernos los carámbanos de una nieve áspera y naranja. Se arremolina cada matojo verde como si de una pequeña selva árida se tratase. Huele a chirrido de insecto, a óxido de guitarra acústica, al metal de una cuerda cayendo desde su alma hasta las clavijas. Huele al aceite que trae el aire acompañado de un silencio nocturno. Huele a cada uno de tus besos mojados en el ámbar de la noche.
A través de aquí puedo escuchar el silencio, puedo escucharlo todo, puedo oírte susurrar y a los coches crujiendo, enviando ondas en todas direcciones, como grandes emisoras de radio y disturbio, almas enviadas a los infiernos a recorrer eternamente los caminos sin tener ningún destino fijo. Puedo oírlo todo, puedo oirte a ti, oir tus labios abrirse como una flor mojada sobre los míos, refrescando al viajero cansado. Puedo oir el pestañeo de los gatos y creo oír tu corazón latiendo.
Puedo asomarme al abismo de tus ojos, contemplar cómo crece el borde cada vez más hacia mí, ver cómo la distancia se hace cada vez más pequeña y amenaza con tragarme. Cómo camino haciendo equilibrimos con el borde, y se va la carretera, se va la nada y se va todo. Puedo guardar este momento en la memoria, en los carteles llenos de óxido que serán nuestros testigos, en los cristales en las vallas, en las rejas que nos rodean. Puedo guardarlo todo, cómo siento la carretera a través de mí, el vértigo que me da mirar a los ojos al precipicio.
Puedo guardar este instante, cómo desapareceré al acariciar a la carretera, cómo me iré lejos de aquí, extrapolado a las estrellas, lejos del infierno de los carámbanos de nieve áspera, de los chirridos de insecto, de las guitarras y las botellas, los gatos, los coches y la arena.
Y me iré, y en la carretera sólo quedará este instante superpuesto sobre otras ruedas de coches. Y tus ojos de abismo seguirán ahí, y tus besos, pero yo, yo ya me habré ido lejos.

viernes, 16 de mayo de 2014

Ascensión.

Floto. Parece que volase. Me observo a mí mismo desde lejos, parece que soñase. Veo mi cuerpo tumbado en el suelo y ya no tengo ningún sabor en la boca. Tampoco encuentro la facilidad que tenía antes para respirar, no me hace falta. Tampoco me pican los ojos por no pestañear, el tiempo es un continuo sin ninguna interrupción milimétrica.
Me voy alejando de mí mismo, floto más lejos, cada vez más alto. salgo a través de la ventana y me deslizo entre los edificios, no hay gravedad. No tengo conciencia de ser yo, no puedo verme, es como si fuese una esfera de visión. ¿Cuándo desaparecí? apenas me di cuenta del cambio. Creo que fue doloroso, pero ya no guardo recuerdos de nada. Algo, como una especie de niebla se arremolina alrededor mía, de mi yo pasado. Ya no está. Ya no existe el yo.
Avanzo, ya solo hay verde, vida, árboles, azul, agua, blanco, cielo. Puedo contemplarlo todo en mí mismo y poco a poco voy desapareciendo hasta ver cómo yo soy lo que voy viendo y dejo de ser yo. La velocidad aumenta, vuelo como si fuese una gaviota, sobre las aguas. Yo soy las aguas, yo soy las gaviotas y el viento, yo soy los peces abajo. Yo soy las montañas sobre las que me alzo.
Cada vez más arriba, también soy la tierra y la luna, cuando alcanzo los bordes del planeta hay un salto infinito. Tomo conciencia de ser mucho más grande, de ser vacío, de no ser. También soy ardiente, un sol que genera energía y radiación a miles de kilómetros. Voy siéndolo todo, voy llenando el espacio poco a poco, saliendo del sistema solar, aunque ya lo llene todo.
También me convierto en destrucción, me absorvo a mí mismo en la vorágine de el giro y la velocidad, me aconglomero para crear formas verdes y azules en el infinito. Brillo tanto que tengo que girar, me quema la energía, tantísima y tan concentrada que se escapa en bucles donde el tiempo y el espacio se curvan y dejo de ser.
Cuando empieza a ser la distancia abismal comienzo a tomar consciencia del tiempo. Cómo deja de pasar grano a grano el reloj de arena para ser una corriente líquida, vertiginosa. Pasa todo, todo se repite, como un pequeño ingenio mecánico lleno de componentes independientes.
La distancia se hace tan abismal que todo va diluyéndose, como una gota de tinta que cae sobre un papel y va extendiendo sus ramas de sangre a través de las venas de la celulosa, como una gota de agua en un río. Lo único que queda es el tiempo. El tiempo se repite, como un martilleo flotante sobre ningún yunque, como un ritmo interminable, como el crujir de un metrónomo mudo e inmóvil. Todo se difunde sobre el tiempo, todo desaparece. Llega un momento en que el tiempo mismo se hace desaparecer a sí mismo. Como si el martilleo se fuese revolucionando cada vez más, emitiendo una quietud más aguda a cada vuelta, creando una suerte de efecto óptico... el metrónomo aumenta sus pulsaciones  hasta quedarse quieto, diluyéndose todo en una pasta circular que lo invade todo.
En un círculo de radio infinito cualquier punto es su centro.
Y entonces la nada.
Para siempre.
Para nunca.

lunes, 5 de mayo de 2014

Southern Gothic.

     El humo se arremolina a mi alrededor como un demonio. El sol se cuela como un arañazo por las diferentes pestañas de una persiana moribunda. Un perfume de mujer se mezcla con el humo. El hielo se derrite como la vida de un pez en el vaso redondo y sin adornos que alberga el amargor quemado de un bourbon cuya marca no recuerdo. La botella recorta su silueta en la penumbra, demasiado lejos como para rellenar.
      Frío y amargo a través de la garganta, parte del humo se viene conmigo en una anábasis deliciosa. Seco. Como un desierto de oscuridad. Esperaba a Lázaro. No aparecía, todavía. Mientras aguardaba, mi mente divagaba lejos de aquella habitación llena de oscuridad, ropas con carmín, bourbon y humo. Como un demonio. Sol hiriente. Mi imaginación revoloteaba sobre los perdidos mares en que me había criado durante la infancia, sobre la pequeña isla rodeada de palmeras en que la vida era verde terrosa, con el chirrido de las cigarras y los cantos de los negros como única música. Retazos en mi mente de un pasado no muy reciente, cadenas como único elemento determinante del ritmo, ligamentos hacia una casa, un hogar que no parecía ser lo que su propio nombre indicaba.
      De vuelta en la habitación escucho un ruido de pasos por el pasillo y la luz entra por la puerta como un flash momentáneo, violento e interruptor del equilibrio al que había llegado. Una bofetada que me hace regresar al mundo del demonio del humo el bourbon y el carmín. Una chica rubia, cuya jaula pectoral parece querer salirse de su escote en agudos barrotes, penetra en la oscuridad. Le sigue una figura oscura, portando un sombrero y traje oscuro, corbata a medio desanudar, un hombre que parece rellenar demasiado poco un atuendo que le queda reducido. Lázaro.
         Al rehacerse la caverna del dragón y caer la oscuridad de nuevo me levanto. El dragón que va a escupir fuego sobre Lázaro sale de mi bolsillo y ocurre todo rápido:
         -No es nada personal.
       Un fogonazo, un vómito de fuego se esparce por la habitación, la chica chilla con lo que sus escasos pulmones le dejan, manchándose su largo pelo liso con la sangre de Lázaro. Corre despavorida de la habitación. Me termino el Bourbon de un trago. Lázaro, qué mal te veo. Tirado en el suelo con la sangre salpicada en el rostro, como si te hubiesen salido lunares en la piel. Tu cara se llena con las estrellas que has perdido en el camino, aquellas que han caído desde el cielo para llegar a tu rostro, apolíneo casi en el rigor de la muerte, demacrado, estertórico. Un leve temblor en la mandíbula. Una mirada de miedo en los ojos, aprisionada por el cuerpo que se va apagando poco a poco.
          Lázaro, ¿qué has hecho para caer así? Deslizo mis dedos enguantados por su rostro, con fuerza lo agarro y giro su cabeza hasta que escucho un crujido. No hay que dejar que Lázaro se levante y ande. Tranquilo me incorporo y acompaño mis últimos pasos en la habitación deslizando los últimos acordes de la botella por mi garganta, un fuego que cae hasta mi estómago. Abandono la habitación, la luz del sol me recubre, pero el demonio del humo sigue ahí, tengo los bolsillos manchados de pólvora, el carmín sigue sobre la cama, Lázaro yace muerto en el suelo y el bourbon en mi interior. La oscuridad sigue debajo de mi ropa.
            Tengo una mancha de alcohol en la ropa. Tengo sangre en mi nombre.

Blood on my name. The Wright Brothers