La crisálida se desgaja en crujidos negros
cubierta por sus hilos de plata naranja.
Los verbos cuentan dinero de arena mojada
y engullen el significado de su cara oculta.
Los niños pierden la virginidad al póker
jugando a rayuelas infinitas en el Quijote.
Las ciudades paren un espacio-tiempo bastardo,
gris y sin colores para los que almuerzan ladrillo,
para los que beben cruces de caminos y paredón.
Duermen en pasillos los que no son cuadrados,
esperando el turno para anestesiarles el candado
mientras cuentan los minutos para la muerte del amanecer.
Los transeuntes temen la explosión de los turbantes,
sin saber que sólo son trapos.
El crucificado mira con odio a los que rezan para otro lado.
Las Iglesias no engendran belleza, sino negrura.
La mariposa, con sus ojos negros, su trompeta defectuosa,
con sus patas peludas y su cabeza de oso,
se posa sobre el mundo del atardecer,
dispuesta a engullir uno a uno el néctar de nuestro trabajo.