Cuando los ojos se te llenan de luces irreales y de letras espúreas parece que no se encuentra la solución a nada en esta vida. Cuando parece que el camino está lleno de polvo empedrado y gris, y sientes que no hay más meta que la desaparición, es entonces cuando necesitas el blues.
Con todos los problemas que te pueden aparecer en el camino, la angustia vital, la muerte de los dioses, el fin de los caminos infinitos... con todo eso, hay que escuchar más blues.
El blues es capaz de volver los problemas grandes en pequeños, los grita con una sinceridad que ralla en la herida. El blues vuelve tu problema real. Al blues le duele en la guitarra el cuerpo de una mujer y la falta de dinero.
Un blues son dieciocho versos, la mayoría repetidos, son simples. Un blues sirve para poder decir con toda la fuerza del corazón qué es lo que verdaderamente te atormenta, dónde está el problema, y, una vez localizado compartirlo, cantarlo, descubrir que no es solamente tuyo y, al menos, eliminar la soledad. Cuando se es capaz de reconocer que lo único que necesitabas era gritar "oh, dios mío, te has ido y no soy capaz de soportar el echarte de menos", o un "el cielo llora, mira las lágrimas corriendo por mi cara, estaba buscando a mi chica y no sé dónde narices está", de forma sincera, sin ninguna floritura, se consigue llegar a un punto en que la pena ya no es tanta y el blues, por sí mismo, desaparece en una algarabía instrumental.
Y si no, siempre quedará el bourbon.
El blues no lo enseña nadie, Manolo. Viene, deslumbra, se queda. The sky is crying, eso sí que es cierto. También lo del bourbon. Tenemos las palabras de ida y vuelta, viejo compañero de aula... Es curioso el mundo cómo da vueltas... Un abrazo...
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