El hombre es una isla.
Nada lo rodea, nadie le canta.
Todos los hombres son una isla,
han ahogado sus corales y palmeras,
han dejado que sus playas, sus almendros,
sus columpios y sus bosques ardan.
Han separado sus libretos de la rutina,
han guardado en los álbunes de fotos
las sirenas y cometas que retozan en el suelo.
El hombre es una isla,
apocado al fracaso, sentado descalzo.
Cada hombre tiene una isla,
bañada en el mar de sus entrañas.
Los hombres somos islas,
presas de volcanes magmáticos,
muchas veces explotamos y, despacio,
nos hundimos como cometas en la inmensidad,
incapaces de pedir ayuda,
aislados en nuestros archipiélagos malditos,
ciegos en mitad de la noche estrellada.
Los hombres somos islas,
siempre lo seremos.
Islas vacías, que buscan a las otras,
que buscan aplastar lo que no entienden.
Los hombres somos islas,
y acabamos con barreras coralinas,
en lugar de construir entre todos un continente.
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