En mitad de la naturaleza escuchaba su respiración. Veía sus ojos de metal brillar entre las tinieblas. Apenas si el sol llegaba al fondo de la jungla. Había llegado a la zona con mis armas, con mi fuego y con mi expiación. Me había quedado mirando la respiración de ese ser, acompasando nuestros lados, viendo sus ojos de asesino a través de las excasas plantas. Paralizado, no podía moverme. El miedo me aprisionaba, no sabía qué me esperaba si daba un paso, y la criatura parecía no querer moverse tampoco.
No sé cuánto tiempo estuve parado, no sé cuánto pude estar allí, creo que hasta me empezó a recubrir una capa de polvo. Por fin me decidí, no sin un hálito de terror, acercarme y apartar la maleza, acceder al secreto y descubrir lo que me esperaba.
Mi sorpresa fue mayúscula al destapar un par de botones viejos que brillaban a la luz de mi linterna, abandonados ahí por quien sea. No he de mentir, me decepcionó, esperaba dragones.
Descorazonado volví a casa, regresé, y al dejar la selva del jardín de mi casa volví a mis cuatro años, a descubrir el mundo en cada paso. A encontrar ojos de fiera en todos los botones abandonados.
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