Hay ciertas sensaciones
que se producen al abrir un libro nuevo. O viejo. No viejo por
releerlo, sino al ver por primera vez sus páginas y sobre todo, sus
palabras con consciencia de haberlo hecho antes pero sin ser capaz de recordarlo.
Hay libros insulsos cuyos
párrafos se deslizan a gran velocidad sobre los ojos, se cuelan los
vocablos uno detrás de otro en un ritmo sin sentido en el que
solamente hay una historia, quizás apasionante, quizás entretenida,
pero ese no es el libro que buscas. Hay libros cuyos párrafos van
lentísimos, con una historia cargada, unos planteamientos brillantes
y un contenido denso que se transmiten a la médula directamente, de
los que puedes aprender demasiado.
Los primeros se leen
solos. Cuando te quieres dar cuenta han pasado doscientas páginas y estás
ya inmerso en ellos: tal y como vienen se van. Los segundos
necesitan valor para ser leídos. Tiempo y ganas para que se
descarguen sobre tu memoria y tu raciocinio. Vienen y se quedan
durante mucho tiempo, marcan, pero tampoco son el libro que quieres.
El libro que quieres da
un primer escalofrío al abrir las páginas, ya has oído hablar de
él casi seguro, o lo has visto y te ha llamado, aparcado en la
librería, la biblioteca o cualquier otro sitio, incluso un banco, un
bar o un cine. El libro que quieres se vive de forma diferente, es
como si tu cuerpo y tu mente se aunaran en el ritual de conocerlo y
acercarte a él. Raspas su lomo con tus dedos y notas cómo se
sienten tus yemas con el tacto de aquello que deseas, acercas el
olfato al interior de sus páginas y disfrutas ante la inmensidad de
saber que estás buscando eso.
Cada palabra que viaja de
la página a tus ojos en fotones, presa de un código íntimo que
solo tú y el libro comprendéis, aporta un nuevo escalofrío, una
nueva sensación y, con avidez, lees. Lees con avidez y te frenas para
que nunca acabe, aunque sepas que tarde o temprano lo hará, ningún
libro es la historia interminable excepto uno.
Las líneas circulan de
corrido, intentas frenar la velocidad, a veces olvidas el libro, a
veces lo recuerdas y vuelves arrepentido a él. El libro se convierte
en un todo y te llena y te descubre un abanico diferente en la vida,
todo gira en torno a él, y todo se vuelve de otros colores más
vivos, o más fríos, pero se vuelve de otra forma. El mundo pasa a
través de él y ti para dar a conocer un olor más dulce, un sabor
más intenso, una vida más placentera, hiriente. Convierte a la
muerte en un parón oscuro que no se quiere ni mirar, hace olvidar
las penas y las convierte en penas nuevas. Leer es amar.
Aquellos que amamos
conjuntamente a la literatura y entre nosotros no debemos de
separarnos nunca, tenemos que permanecer siempre unidos en el albor
de los nuevos tiempos, en la caída de los imperios y en cada grano
de arena que rodee nuestra danza, debemos leernos unos a otros.
Así, cada uno de
nosotros tiene grabado a fuego las frases que dan comienzo a un
millón de libros, como un primer beso, como un primer amor, heridas
que lanzarse a uno mismo mientras se queda dormido, recordando haber
amado la historia de otro, la vida de otro... “Muchos años
después, el coronel Aureliano Buendía había de recordar el día en
que su padre lo llevó a conocer el hielo”
“Lo-li-ta: la punta
de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del
paladar, en el primero, para apoyarse, en el tercero, en el borde de
los dientes. Lo. Li. Ta.”
“Eran
cientos. Cientos de estrellas. Cada una recorría luminosa una órbita
diferente alrededor del mismo punto en el espacio. Un único punto.
El centro de todo el movimiento del universo y él estaba sentado
allí, en su hamaca, fumando un cigarrillo extra light.”
“K
permaneció largo tiempo en el puente de madera que
conducía desde la carretera principal al pueblo elevando su mirada
hacia un vacío aparente.”
“¿Quieres
dejarme ya? Aún dista el amanecer: fue la voz del ruiseñor y no la
de la alondra la que penetró en tu alarmado oído.
Todas las noches canta sobre aquel granado. Créeme, amor mio, fue el
ruiseñor.”