Desde que mis ojos han emergido a la superficie,
libres del telón de acero, de la catarata de polvo,
he descubierto un prisma terrible e irritante.
Internet es un valle feliz sobre servidores de barro,
Community Managers que gritan dos puntos
y paréntesis sonrientes que humanizan el monstruo;
jóvenes desnudos, enciclopedistas de la ignorancia,
letrados que describen las hemorragias de la cotidianiedad;
préstamos de atención momentánea a parpadeos idiotas;
ciervos calvos enseñando los colmillos desde rincones oscuros;
las losas enseñan a los políticos con sus dentaduras,
los ojos se vuelven pozos sin estrellas reflejadas,
los lunares son espinas, las sonrisas grietas.
Las letras se curvan con las marionetas de los mercados,
manos invisibles que aprietan los incidentes,
diciembres subiendo los precios a los requisitos
para tener una vida que no se vierta desde la urna al viento,
como la ceniza de los libros que reposan fuera del valle.
Glaciares inamovibles atacados por trogloditas,
llamas que derriten la inteligencia con axiomas infinitos,
dogmas repetidos conceptualizando la VERDAD.
Se aprende fordísticamente, los trenes gritan en las autopistas,
los raíles se quedan marcados de forma eterna en las muñecas
cuando no se puede salir de una repulsión discernida en viñetas.
E Internet ha llegado a mis canciones y mis letras,
nunca me parecieron dignas de escribirse en cuadernillos,
pero me parecieron mejores que las de aquellos que quisieron
soplar en fuelles con sus poemas, convertirlos en medios y no fin.
Y yo no puedo seguir escribiendo, desgajando mi alma,
enseñando mis interiores en donde el exhibicionismo es total,
donde hay que sentir pálpitos para amar con corrección,
donde la ortodoxia es la dictadura de la heterodoxia,
donde las drogas y el alcohol son los pasos necesarios,
donde los sombreros esconden un agujero en el cerebro,
las barbas un rostro descarnado y sin dientes,
los ojos y las tetas un yo antipoético, un yo comercial,
las gafas un infierno que quema los versos como bebe cervezas.
Donde bardos, mancos, bohemios, jugadores, bebedores, mudos
y en general todos los que siempre han escrito (los seres humanos)
sufren el drama de ser constelaciones, de ser brumas verdes en el cielo,
luces septentrionales y lunas brillantes,
en un tiempo donde los sabios
se aplauden constantemente los dedos autoseñalándose.
Por eso abandonare las dialeces en las cribas,
dispersaré mis discréditos en las peñas y sonfriré los chorros
de aceros y viviencia en la columbia de mi espalda.
Y oraré en las atalayas y las moscas,
desdiciéndo las contrarias de las arribletas.
Y volveré en cuántico mi manos discrepen con mi palpitador
cuando sepa volver a escribir.
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