El arpa todavía yace en la habitación del ángulo oscuro, en silencio y sin producir sonido alguno. Tan concreta. A diferencia de las palabras que me cuenta, que parecen sacadas de un sueño, su cara es tan real... El tacto de su piel bajo mis dedos, sus labios rojos sacados del fuego del infierno, sus ojos cerrados ocultando su mirar irreal de heroína caída.
Se deslizan mis dígitos entre sus pechos y me asomo a la infinidad de su cuerpo bajo las sábanas. Me enredo en su pelo salvaje, beso su cuello, dibujo sobre su espalda cada uno de los lunares, memorizándolos. Dejo pasar un suspiro tras otro en el silencio de su sueño. Observo, imperturbable en la penumbra de la habitación.
Una lágrima aparece sobre los rincones olvidados de su cuerpo, un susurro que cae sobre su oreja, un cuento que se acaba en sus caderas, alterado ya el ritmo de su cuerpo cejo en mi empeño mientras se desvanece antes de conocerla toda.
Ya no hay arpa en la habitación del ángulo oscuro, ya no hay concreción, mas todavía queda el recuerdo.
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