La conjunción astral le indicó al chamán que su sueño había acabado, que ya era tiempo de alzarse y rebelarse. El letargo y el silencio se había acabado por fin. Acogido a su capa y su bastón fue avanzando con paso lento y cuidadoso entre los tortuosos senderos de la selva. Andando poco a poco bajo la luz de la luna y el canto de las estrellas.
Un repentino viento suave le llevó el aroma de la dulzura de las flores que ya nunca más vería, el zumbido de los insectos y el yanto de los animales que ya no le contarían sus secretos. El tormento de las luciérnagas guiándole en su camino de despedida. Los vapores que se alzaban desde el suelo hasta su nariz le indicaban la senda que seguía en pos de un destino distinto.
Las vías se tornaban ya oscuras y empinadas, hasta llegar al borde de la montaña, la voz de los dioses clamaba el sacrificio, el esfumarse de su vida. Llegó al borde y escucho la petición de los dioses, que saltase, que abandonase el mundo, que continuase el rito que sus antepasados habían llevado a cabo.
Tras mirar el vacío.
Huyó.
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