Hoy
me he levantado con frío en el alma. Sonó el despertador y allí
estaba quejándose como un niño lloroso. Aún en el alba me alcé
sobre mis talones y me metí en la ducha. El agua caliente no suavizó
los quejidos, no cesó el tiritar de mi interior. El café casi
hirviendo se deslizó por mi garganta y mi alma chilló.
Me
vestí con gran abrigo, buscando el fuego y un pequeño calorcito
dentro de mí, pero todo intento fue en vano. A mi alma se le había
olvidado cómo vivir. A mi alma se le había olvidado cómo darse
calor. Salí a la calle, punteando la aurora en el cielo, rayando ya
el amanecer, con las luces de las farolas ya apagadas. El mundo
despertaba, ya cantaban los pájaros a la primavera naciente tras un
largo invierno. Ya el sol asomaba entre las calles de la ciudad. Y mi
alma, seguía pasando frío, encogida en el hueco que ocupaba, rozaba
con los bordes de éste, y entonces lo volví a sentir.
La
lanzada estalló en mi pecho al contemplar la belleza en toda su
forma, la música que acompañaban en silencio el paisaje, la
perfección visual y el olor de agua que tiene la hermosura. Y mi
alma abandonó su hueco y desapareció por todo mi cuerpo, y la
energía buyó por mis extremidades y, al fin otra vez, me sentí con fuerzas.
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