Ya no podrás saber hasta donde se camina en el mar,
ya no podrás saber si el desierto se acaba,
si los nonatos gritan con lágrimas en los puños frustrados.
Si las ciudades son putas vestidas de historia.
Tú ya no podrás saberlo nunca.
No verás los moteles donde Dios pasa la noche,
las sombras en las puertas de las iglesias.
Nunca sabrás de qué están hechas las estrellas,
de qué color son los ojos de la lluvia.
Nunca verás el cenit de esta luna de ácido,
desaparecerás en los pliegues de tu cuerpo
como si de un reguero de sangre se tratase.
No vibraras con la música como yo vibro,
no comerás de este pan que comparto,
no leerás ni una de las letras que te piensan,
nunca serás nada.
Un bicho que respira, se mueve y piensa,
una desgracia que se mira sin cesar en el espejo.
jueves, 26 de diciembre de 2013
miércoles, 25 de diciembre de 2013
Lluvia.
Le gustaba la calle en invierno, salir a contemplar cómo cada viruta de aire parece quedarse congelada entre un soplo de viento y la niebla del atardecer y la noche, la respiración de cada persona se eleva como un deseo entre las sombras alargadas de los edificios, extendiendo sus dedos sobre el pavimento. Le gustaba sentir como una lágrima refrescante la lluvia sobre su pecho, sobre su cabeza y sus gafas, escucharla golpear los cristales, caer suave como una ola, cómo se abandonaban a sí mismas en su baile con la gravedad, su constante danzar con las leyes universales, perfecto como un prisma que descompone la luz, sin forma posible como todas las cosas que no alcanzamos a conocer del todo.
Siempre le gustó la lluvia porque le hacía sentir menos solo. ¿Dónde estaba ella ahora?
Pasan los coches alrededor, pasan los transeuntes buscando la redención de sus almas en el dinero y sus objetos, pasan los pasos y desaparecen los vientos vahídos. Hay una estrella que se ve a través del cielo nublado, de las nubes negras, de las desgracias diarias, de los cuentos rutinarios. Hay una estrella que se cuela entre las bandadas de monedas, entre los vendavales de la lluvia, entre cada segundo, entre gota y gota. Y esa estrella ilumina con su luz todo el mundo que aparece entre sus dedos, toda la sangre que brota de su respiración, cada herida que le provoca su mera existencia.
Es entonces cuando la ve, subida a los edificios, no la conoce. No sé quién es, mira con pena la lluvia, no sabe sí seguir adelante, no sabe si debería de continuar con lo que va a hacer.
Una especie de urgencia, de bailoteo estúpido y apremiante susurra desde su columna vertebral hasta todo el cuerpo, un nerviosismo incontrolado se escapa con un NO gritado a quemarropa por la boca, resonando en toda la calle, cuando ella salta.
La ve, la ve convertirse en lluvia, desaparecer con las gotas, en un desgarrador instante en que el veinte y cinco por ciento de su cuerpo pasa a ser igual que el setenta y cinco restante.
Despacio.
Caen las gotas.
Y siente su presencia, su perfume, sus ojos, sus labios en forma de gota: como si de el más tierno de los besos se tratase.
sábado, 14 de diciembre de 2013
Remanencia
A veces he mirado al pueblo como Hernández,
a veces he sido absurdo como Huidobro.
Otros días he buscado el verde de Lorca,
la musicalidad de Walt Whitman.
A veces te he tenido como te tuvo Benedetti,
incluso cuando te he perdido he sido Neruda
y he acabado con las Magadalenas de Sabina.
A veces he tenido vicios siendo Bukowski,
Baudelaire, Wylde, Fante, Dostoievski...
He mordido el polvo con Bob Dylan,
he mirado el infinito junto a Borges,
La más dulce de las soledades con Don Gabriel.
He caminado junto a Moisés, Quijote, Frodo Bolsón
e incluso junto a los vigilantes o Long John Silver.
He asistido a las pesadillas de Poe, de Lovecraft,
a los fantasmas y los trajes de Joe Hill.
He sido ocultamente libre como Cernuda,
descarnado como Dámaso Alonso,
andado en la mar como Alfonsina Storni.
He sido ácido como Quevedo, corrosivo.
Me he vuelto esencial como Juan Ramón,
satánico como Rushdie.
A veces, también me he preguntado por Dios,
como lo hace Emilio en su espejo.
También he buscado hacer del blues poesía,
como Manuel Guerrero lo hace del tango.
Otros días me levanto y quiero la dulzura
envuelta en fuerza de Enrique Cortés.
Sin embargo, la mayor parte de las veces,
hago como mi padre y me dedico a leer.
a veces he sido absurdo como Huidobro.
Otros días he buscado el verde de Lorca,
la musicalidad de Walt Whitman.
A veces te he tenido como te tuvo Benedetti,
incluso cuando te he perdido he sido Neruda
y he acabado con las Magadalenas de Sabina.
A veces he tenido vicios siendo Bukowski,
Baudelaire, Wylde, Fante, Dostoievski...
He mordido el polvo con Bob Dylan,
he mirado el infinito junto a Borges,
La más dulce de las soledades con Don Gabriel.
He caminado junto a Moisés, Quijote, Frodo Bolsón
e incluso junto a los vigilantes o Long John Silver.
He asistido a las pesadillas de Poe, de Lovecraft,
a los fantasmas y los trajes de Joe Hill.
He sido ocultamente libre como Cernuda,
descarnado como Dámaso Alonso,
andado en la mar como Alfonsina Storni.
He sido ácido como Quevedo, corrosivo.
Me he vuelto esencial como Juan Ramón,
satánico como Rushdie.
A veces, también me he preguntado por Dios,
como lo hace Emilio en su espejo.
También he buscado hacer del blues poesía,
como Manuel Guerrero lo hace del tango.
Otros días me levanto y quiero la dulzura
envuelta en fuerza de Enrique Cortés.
Sin embargo, la mayor parte de las veces,
hago como mi padre y me dedico a leer.
miércoles, 11 de diciembre de 2013
Si tienes hambre, di que estás famélico; si estás triste, di que estás taciturno.
La palabra redonda se
deslizó en el hueco entre su pelo y sus oídos. Una gota de agua
fría avanzó desde el fondo de su espalda hasta dividirse en los
poros de sus brazos. Un dedo dibujó formas inconexas entre sus
piernas como un artista intruso y desbordó el mar de sus suspiros.
El nácar apareció lacerante entre los labios, la vida con la vida,
la muerte con la muerte.
La desnudez cruda se
distancia poco a poco, con suavidad, entre los pliegues de su piel,
los ojos, cerrados, aullan como el crepitar de los árboles fuera
bajo el viento del placer. Las manos intentan evitar caricias
negándose a sí mismas, las piernas abiertas anuncian el
florecimiento de la primavera.
Música sale de su boca,
música circula entre su pecho, mientras el viento recorre desde la
montaña hasta la planicie y el centro del mundo; horada y cultiva
el fruto que busca. Sube y baja por los astros, recorre la
superficie antes de entrar en la tierra para subir hasta el universo.
El cuerpo se volatiliza
por completo cuando por las venas comienza a circular la sangre de
las estrellas, brillante y ardiente. En descargas se encienden todas
las avenidas mientras se vuelve, poco a poco, polvo al polvo, cenizas
a las cenizas.
miércoles, 4 de diciembre de 2013
Knockin on heavens door
Y así sigo, como todos los días,
envuelto en esta rutina en la que no
estoy.
No soy yo. Tampoco el otro.
No sé quien soy ni por qué digo nada.
A veces un disfraz desliza su manga por
mi cara y me grita.
A veces se cae un astro del cielo para
que yo lo vea.
Nunca encuentro el camino de vuelta a
casa,
Tampoco encontraré, si me lo pides, el
de la tuya.
No doy buenas soluciones, pero hiero al
acero.
Veo la belleza, pero no sé
conservarla.
Es fugaz, como las formas de los
sueños.
Avanzo, me oculto entre libros,
desnudo y descarnado, me agacho,
buscando refugio.
No quiero más lágrimas como bombas,
no quiero explosiones sin llanto.
No quiero perder el mapa del tesoro,
pero tampoco quiero encontrarlo.
Me lamento, hago y deshago mi cerebro.
Apago y enciendo el fósforo, cansado
de tanto anhelo.
Quiero asesinar a los trozos del reloj
telegráfico,
Y el mundo sigue afuera, esperando que
lo busque.
Y yo me oculto cada vez más adentro,
algún día desapareceré dentro de mí.
Mientras tanto,
sigo llamando a las puertas del cielo.
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