Y así sigo, como todos los días,
envuelto en esta rutina en la que no
estoy.
No soy yo. Tampoco el otro.
No sé quien soy ni por qué digo nada.
A veces un disfraz desliza su manga por
mi cara y me grita.
A veces se cae un astro del cielo para
que yo lo vea.
Nunca encuentro el camino de vuelta a
casa,
Tampoco encontraré, si me lo pides, el
de la tuya.
No doy buenas soluciones, pero hiero al
acero.
Veo la belleza, pero no sé
conservarla.
Es fugaz, como las formas de los
sueños.
Avanzo, me oculto entre libros,
desnudo y descarnado, me agacho,
buscando refugio.
No quiero más lágrimas como bombas,
no quiero explosiones sin llanto.
No quiero perder el mapa del tesoro,
pero tampoco quiero encontrarlo.
Me lamento, hago y deshago mi cerebro.
Apago y enciendo el fósforo, cansado
de tanto anhelo.
Quiero asesinar a los trozos del reloj
telegráfico,
Y el mundo sigue afuera, esperando que
lo busque.
Y yo me oculto cada vez más adentro,
algún día desapareceré dentro de mí.
Mientras tanto,
sigo llamando a las puertas del cielo.
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