La palabra redonda se
deslizó en el hueco entre su pelo y sus oídos. Una gota de agua
fría avanzó desde el fondo de su espalda hasta dividirse en los
poros de sus brazos. Un dedo dibujó formas inconexas entre sus
piernas como un artista intruso y desbordó el mar de sus suspiros.
El nácar apareció lacerante entre los labios, la vida con la vida,
la muerte con la muerte.
La desnudez cruda se
distancia poco a poco, con suavidad, entre los pliegues de su piel,
los ojos, cerrados, aullan como el crepitar de los árboles fuera
bajo el viento del placer. Las manos intentan evitar caricias
negándose a sí mismas, las piernas abiertas anuncian el
florecimiento de la primavera.
Música sale de su boca,
música circula entre su pecho, mientras el viento recorre desde la
montaña hasta la planicie y el centro del mundo; horada y cultiva
el fruto que busca. Sube y baja por los astros, recorre la
superficie antes de entrar en la tierra para subir hasta el universo.
El cuerpo se volatiliza
por completo cuando por las venas comienza a circular la sangre de
las estrellas, brillante y ardiente. En descargas se encienden todas
las avenidas mientras se vuelve, poco a poco, polvo al polvo, cenizas
a las cenizas.
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