Hay luces en mi interior.
Pequeñas luces agrupadas como
galaxias.
Hay un infinito en mí,
cubierto por la carne y el sol que
irradia.
Hay asteroides para mí
vagando en silencio y quietud desnuda.
A veces me tumbo en la cama,
cansado tras el decaer eterno de los
días,
y siento la oscuridad que me invade,
como un agua que rodea mi balsa y
floto.
A veces se acerca y me roza los dedos,
para entrar en mí como una catarata
descalza.
Y me ahoga y me aprisiona llevándose
mi aire.
Pero siempre se quedan ahí las
estrellas.
Siempre las siento bajo mi piel,
y me iluminan como un faro en la noche.
No hay marea tan grande como para
apagarlas.
No hay oscuridad tan grande como para
consumirlas.
No hay fuerza que me despegue de ellas,
sumergidas me calientan en mi baño de
frío,
extintas, iluminan los rincones más
oscuros.
Hay luces en mi interior.
Pequeñas luces agrupadas como galaxias.
Se arremolinan junto a mí, guardándome de pesadillas.
Que me quitan las manchas de la piel,
y que no dejarán que nunca me caiga.