Primero existió la música
Y me recubrió con un manto de seda.
Era clara y fresca,
Como un arroyo que salía de una cueva.
Después llegó la tormenta,
La nieve no me dejaba oír el ritmo,
El latir ausente de la musica
Y me cubría formando un muñeco.
El yo-nevado no podía reírse,
Ni moverse de ninguna forma.
Solamente podía tener miedo
Y fue creando una costra alrededor.
Dentro, mi viejo yo menguaba,
Transformado en una luz más débil,
Que apenas capeaba la tormenta,
Amenazando con apagarse.
Pero cada día más, resurge de nuevo,
Como una bola de Zinc ardiendo,
Un nuevo yo que quema la nieve,
Cada día una capa más ardiente.
Me desperezo despacio en silencio,
Desprendiéndome de mi piel de invierno,
Pronto espero que vuelva la vida,
Y acalle la tormenta que se retira.
Al observar el desastre del naufragio,
Un mar de gramófonos rotos en oleaje
Forma un telón de acero ante lo desconocido.
Y un agujero enorme donde antes estabas tú.
Tú que como música te mueves y música respiras.
Ya no estás.
Pero pronto sonará la música de nuevo.
Y esta vez, el concierto, lo doy yo.
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