Fuego e hielo te coronan en la oscuridad,
paseando descalzos por tu cuello desierto,
con la tierra brotando como sangre en tu nariz,
con tus dedos como hierros abrazándome.
La profundiad de tu mirar azul resquebraja,
este viejo amor mío que se apaga despacio,
y, sin darme cuenta, cada vez eres más tú
en vez de ser más ella en mi pensamiento.
¿Quién hubiese pensado que se acabaría así,
que, de golpe, ella se fuese por el lavabo?
¿Quién debió de pensar que el terror se la llevaría,
amándome y habiéndome amado?
¿Quién pensó que nuestro mundo se teñiría de negro,
mientras amanece la luna de nuestra nueva intimidad?
No hay respuestas salvo la sacudida del mar furioso,
no tengo las manos para edificar castillos de arena.
Sólo quiero poder dormir solo, rodeado de tanta memoria
y poder mirar este naufragio y decir:
"aquí estuve. Vine, vi y vencí."
Mientras me agarro a tus manos nuevas.
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