viernes, 3 de mayo de 2013

El soldado.

Ante mí se alzaba el soldado, imponente, corpulento y sudoroso. El pañuelo tapaba la mitad de su cara,  la otra mitad se asomaba llena de mugre y con sus ojos rojos empañados en el calor del asesino. Me miró y me supe perdido en el mismo momento en que su mirar se clavó en mí como la puñalada que su mente ya planeaba en darme. 
En los recodos primitivos de la mente del soldado, dentro del resquemor de matar existía todavía algo de compasión cuando me cogió del pelo y me miró a los ojos. 
Tras un silencio arduo, lleno con las respiraciones del combatiente. Lo besé, como no se besa a nadie en el mundo. Con intención. 
Gané así la batalla al soldado, que con un beso también se puede ganar una guerra. Con un beso también se puede ser un soldado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario