miércoles, 10 de febrero de 2016

El cazador.

Las mariposas dibujan grandes ojos en sus alas para asustar a sus predadores. Ocultas entre la maleza simulan ser dos cuencas oculares enormes con el objetivo de extender el miedo y aprovechar las deficiencias de la visión de los que las atrapan. Algunas especies de polillas dibujan calaveras en sus lomos.
Las ranas en mitad de la selva dibujan colores llamativos como advertencia, símbolo del veneno que rezuma su piel. No me comas, chillan los verdes, púrpuras y azules, incluso rojos. Diversas especies de insectos también utilizan los colores como advertencia, a veces como órdago.
La piel humana es un lienzo en blanco. Los jóvenes dibujan calaveras, tribales, lagartos en ellas. A veces como símbolo de apareamiento, de ocio, de admiración, etc. A veces porque sí. Otros insuflan la vida de su comunidad en su piel. La cultura, aunque Nietzsche la defina como un horizonte de posibilidades y Marx como la producción intelectual de una superestructura, es una alucinación colectiva que obliga a comunidades a mutilar niños y a pintarse las pieles.
Yo pinto mi piel para cazar, como los tigres pintan su pelaje para ocultarse entre la maleza. Como los leones para parecer arena entre los hierbajos. Yo me oculto en la noche mientras pinto mi cara y mis ojos con la curbatura de las ceras, con los pigmentos rozando mi piel dejando pequeñas trazas de sí mismos, vertiendo la carga de su toxina sobre mí.
Yo inoculo tinta en mis pupilas para acercarme a los ojos de las bestias, modelo mis dientes con limas para poder cortar la carne. Aumento mis músculos durante horas para poder adaptarme a mis motivaciones. Yo endurezco mis puños y mis piernas para superar mis motivaciones. Yo soy el producto de la modernidad, yo soy el hombre moderno al límite. Yo he cultivado mi intelecto en las más profundas bibliotecas, accediendo a los pozos abisales del conocimiento, yo he aprendido a vivir la soledad de mí mismo, a palpar las murallas de mi limitación, a escalarlas y a aprender a salir victorioso de la tierra para convertirme en poseedor del conocimiento. Fuera de la caverna encontré un mundo lleno de tormentas, truenos y rayos.
Yo soy aquél que ha llegado a la perfección de su cuerpo, a la imitación de los modelos naturales para poder ser mi propio dios, el creador de mi propia especie, el que puede traer la pureza a este mundo. Yo he contemplado la verdad con mis propios ojos y he sido lo suficientemente fuerte como para afrontarla, aceptarla, consumirla.
Por eso espero, me agazapo entre las sombras, como un felino, como un cánido. Ante la incertidumbre de la presa. Para un hombre cuya obra ya es potencialmente inmortal la espera no es molesta, sino casi una bendición.
Por ahí vienen, poco queda. El cambio ha de comenzar por los símbolos. Cada paso de sus zapatos, cada movimiento de su pantalón y su chaqueta son un movimiento más en que su traje le empuja a la muerte.
Cuando se acerca lo suficiente salto de entre la maleza y empuño mis manos y mis dientes hacia él, todo el peso de la verdad y la justicia habrá de caer sobre este símbolo, los escoltas apuntan hacia mí, de nada servirá. Nada sirve de nada cuando tienes un destino manifiesto que ha de ser cumplido, cuando dos millones de años de historia están enfocados a darte la razón y convertirte en la única fuente de verdad absoluta. Cuando eres el paso para el que la humanidad ha estado preparándose.

No hay comentarios:

Publicar un comentario