martes, 30 de julio de 2013

Playas de Naufragio.

Chillan, ahí fuera los vientos
canta la lluvia en los cristales,
y en mi corazón, tu ausencia.
Me oculto tras muros y páginas,
pero siemper me acabas encontrando,
y me faltan para tus ojos las palabras.
No me busques ni me encuentres,
que sean tus ojos los que me lleven al naufragio,
cántame, sirena
 y bésame, para poder respirar.

miércoles, 24 de julio de 2013

Jodida Reina.

"Esa zorra. Esa puta. Ese desprecio del género femenino me había tocado los cojones. Es verdad. No sabía de honor, no sabía de reglas, de buen hacer, de tratar a un corazón destrozado. Por otro, la guarra de mi mujer me había dejado por otro. Después de mantenerla a ella y a toda la puta familia..." escuché en silencio el aleteo de los insectos revolotear a la luz de la bombilla y el fuego. Había bebido mucho.
El último vaso de Jack Daniel's se deslizó por mi garganta, afilado, pagando embriagador a mi estomago su cuenta de sangre, un cuchillo a través de mi barriga habría sido igual. Y la puta... no, no entendía nuestro juego, no me entendía, ella era su propia reina, eso es. Era su propia y jodida reina, y yo, eso creía ella, su basura, su arañazo, su asqueroso.
Esto se había acabado. Había jugado conmigo, me había utilizado, se casó conmigo porque le gustaba como hablaba, luego se fue a follarse a esa maricona afrancesada, a ese proyecto de rock and roll, a ese, a ese PRODUCTO, esa mercancía autopromocionada de cómo vivir una vida emocionante, ese bichejo asqueroso que no tenía ni la mitad de alma ni la mitad de cadenas que yo. Pero eso se iba a acabar. Enseguida.
Nadie le pondría más la mano encima. Yo, que la había amado... Escupí. No me podía permitir un retazo de debilidad. Ella me ha dicho mil veces que soy un monstruo, sí, un monstruo. Sólo reclamé lo que me pertenecía. Nadie me puede juzgar por intentar recibir de mi esposa el cariño y afecto que yo le brindaba ¿no? Y si no, no debería haberse casado conmigo. Volví a escupir. Jazz ponían en la radio. El bajo andaba y yo deambulaba como un tigre prisionero. Se iba a acabar. Tenía mi orgullo, no porque fuera mujer, sino porque era una zorra. La imaginaba en los brazos del otro y una masa oscura y pesada atenazaba mi pecho, como si fuese a escupir oscuridad.
"Cualquier día me iré" me había amenazado sin cesar, mil veces. Nunca me dijo qué le molestaba de mí, esperaba un cambio por mi parte que no sabía como hacer. Y así fuimos muriendo poco a poco. Nunca me dijo qué le molestaba de mí, creo que no lo sabría ¿podría preguntarle? sí, podría, pero no me diría nada.

Esa zorra. Esa puta. Es una malparida. Como el otro. Un gorgoteo de bilis. Era perfecta y quería un mundo perfecto, y le vendí la sinceridad. "Nada podré ofrecerte excepto tu vida conmigo" y aceptó. Es lo que pasa cuando firmas un contrato sin leer la letra pequeña. Y luego se dedicó a estirar y estirar mi razón una y otra vez para maltratarme. Años y años de matrimonio sin corresponder. Volví a escupir. Subí el volumen de la música. Tiré otro de nuestros absurdos marcos de fotos al fuego. Mi casa es un circo de los horrores. Un silencioso acto recopilatorio de las torturas que había llevado a cabo.
Me sentí poderoso, el fuego estaba fuera de la chimenea, estaba fuera de sus normas, de las que había dictado, de su orden. Se lo indiqué. "Ves puta, ¿ves cómo se queman las cosas? No, no intentes apelar a mi razón. Quemo nuestra vida". Me hizo gracia el hecho de que mi sombra fuese como la de un duende de una noche de verano bailando alrededor del fuego. Me reí exageradamente. Y ahí es cuando empezó a mirarme.
Me miró con sus dos hermosos ojos. Tuve suerte, embauqué a la más bruja y a la más hermosa. Me miró como si estuviese loco. "¿Loco? ¿Loco yo? No hay pecados por los que juzgarte ni destino ni karma. Ni Dios ni Satán. Aquí estamos solos tú y yo. Bueno, y el soplapollas ese" señalé al amante maniatado en una esquina, adormilado y drogado "esperaba más de ti. El sufrimiento genera sufrimiento, y siempre, siempre viene de vuelta".
Rocié al maniatado amante con gasoil. Un olor ácido, hiriente se arremolinó en la biblioteca. El fósforo ardiendo le siguió, y acompañaron al cadáver varias horas de jazz y de gritos mientras me fumaba un cigarrillo:
      -   No creo que le importe - le susurré a una llorosa Dorotea - que le robe el tabaco.

Cuando el cadáver se consumió la miré a los ojos y no le dije nada. Le quité la mordaza y la encañoné con la pistola. "Está fría," suspiró. Apreté el gatillo. Apunté de tal forma que el ojo le saltó, y la mandíbula se le rompió. La sangre salpicó mi camisa, ya me miraba sabiéndose muerta.

Era una puta obra de arte, su sangre chorreaba por mi cara, su cuenca vacía era elocuente, su ojo sano no rezumaba ni odio ni locura, sino resignación. Justo como quería, el tiro me había salido bien. Mis manos enguantadas pusieron la pistola en su mano:

- Sola, condenada por doble homicidio. Deforme. A partir de mañana desearás no haber nacido.

Susurré las palabras despacio, con veneno. Debí darle miedo según vi en sus ojos, esperaba arrepentimiento, perdón, aceptación del castigo... Miedo. Eso no me lo esperaba. Con furia agarré su mano armada y de un balazo conjunto, lo último que hicimos juntos me arranqué la tráquea.  La bala me quemaba en la garganta que ya no estaba, el vacío se apoderó de mi voz.
Elegí la tráquea porque podría ver mientras me asfixiaba cómo apuntaba desesperada a su cabeza y ver que ninguna bala quedaba ya en la recámara. Muriendo con fuego en la garganta, con el sabor a cobre en la boca y con mi alma todavía masacrada esbocé una sonrisa mientras me atragantaba a borbotones con la sangre.
Ella presentía la derrota, la muerte llamando a sus ojos.
 Sola.
Deforme.
Deseando no haber nacido.

domingo, 14 de julio de 2013

El titiritero.

I
Cuando arrivó a la sala del titiritero descubrió una enorme cantidad de hilos prolongándose hacia el infinito. Incontables hilos. 
Para llegar allí había tenido que superar las dudas de la ciencia, los dogmas de la religión y comer del fruto del árbol del bien y del mal. Había tenido que pagar con su mente por la sinrazón de los hombres, y su condena al ostracismo le llevó a las puertas del mar. La música, las artes y las ciencias habían sido sus grandes compañeras en el viaje, el conocimiento sobre los humanos y su implicación como observador invisible le había llevado a contemplar a ambos relacionándose en la naturaleza, comprendiendo las leyes de ambos.
La desazón le invadió con profundidad al entrar en aquella sala llena de telarañas, olvidada de la mano del hombre y de dios, encontrando en ella un camino infinito y sobre todo, al no hallar ningún titiritero en ella. Hincó la rodilla en el suelo y agachó la cabeza, estaba solo en el camino del conocimiento, no había nada a lo que aferrarse, no había clavos ardiendo, no había abismo, no había respuesta ni árbol ni conocedor de todas las respuestas.
Solamente había hilos, que transcurrían desde infinito a infinito, atravesando con su longitud las arenas del tiempo y las circunstancias de los hombres. Creyó estar condenado a la mentira y al infierno de no saber jamás en su vida nada.

II

Años después el poeta entró en la sala, él no había olvidado a los hombres, se había aupado en ellos y los había traído consigo. Había comprendido la naturaleza y su funcionamiento, había comprendido a los hombres y sus defectos y virtudes, y todo lo que había entre medio de ellos.
El poeta se sintió maravillado por el infinito enrrejado de  hilos, por la incomprensible fuerza del universo. El poeta llegó allí y también hincó su rodilla, sintiéndose el ser más pequeño del universo, pero a la vez el más grande de él por haber llegado a comprender aquella complejidad. Y comprendió que si el mundo era infinito era porque él lo veía infinito, y si el mundo era hermoso es porque él lo veía hermoso, y lo más importante, se sintió feliz porque había infinitas verdades por ser descubiertas ante sus ojos. El viaje acababa de empezar.

lunes, 8 de julio de 2013

Arenas.

No encuentras en los roces de seda
el aliento de las arenas desérticas.
Buscas en silencio los pliegues
de los perfumes y los ungüentos.
Miras con tus ojos almendrados;
rechazas detrás de las celosías el susurro
de los vientos y las estrellas.
¿Dónde quedaron atrás los azahares,
las fuentes y el mercurio
y las estrechas calles?
¿En qué lugar desaparecieron las aguas
y se las tragaron las armas?
¿Cuándo devoraron la paz los alfanjes?
¿Cuándo los halcones fueron cazados?
¿Dónde nos perdimos?

Ya te acurrucas en un rincón,
malherido, sin hermanos.
Ya manan de tus ojos las heridas,
ya tu corazón se erosiona con la arena...

lunes, 1 de julio de 2013

Reina de plata.

Ven aquí, reina de plata,
muéstrame con tus ojos de diamante
el sabor de tu pálida piel.
Ven aquí, reina de mares,
muéstrame con tus ojos de marea
el sabor de la sal de tu piel.
Ven aquí, reina de hielos,
muéstrame, con tus ojos de dureza
el sabor de tu gélida piel.
Ábreme tu alma,
cuéntame qué te atormenta,
mientras yo, conozco el sabor de tu piel.