martes, 27 de agosto de 2013

El rey de los lobos.

Primero la tierra se volvió de fuego. Y cuando pensamos que no podría volverse peor, el suelo se volvió de barro. Y cuando toda nuestra esperanza desapareció ya definitivamente, se volvió sangre. Los horrores que salieron de la caja de Pandora que abrió la humanidad destrozaron el mundo que conocimos; cuando los ángeles cayeron a la tierra con sus alas de fuego, castigando a todos por sus pecados, o por ninguna razón aparente, todo retazo de humanidad se había extinto ya en las hogueras del horror y del arrastrarse para lograr sobrevivir un minuto más. Los hombres se volvían animales, y justo después de la sangre, el veneno, la muerte, el horror y la pesadilla, después de todo ello llegó el hielo.
Por aquellos tiempos yo agonizaba escondiéndome entre los combates allá entre las nieves, la cuenta atrás de mis días llegaba a su fin, y lo sabía. Parte de mi hígado había entrado en mis pulmones y mi garganta luchaba tanto por echarlo afuera que tosía la sangre. Aquél fue el día que me crucé con Maluk. Me desplomé sobre el frío blanco escupiendo mi rojo interior cuando se me acercó el gran lobo gris de ojos blancos como el invierno. Le miré insensible, la muerte caminaba cerca, ponía los pies tras mis huellas en la nieve, atraía con su olor a todos los animales salvajes, deseando disfrutar del festín de mi enferma carne. De repente desafié al lobo con la mirada; "¡devórame!" le dije. "¡Contágiate!" susurré. "¡Deshazte del último pedazo de la raza humana, así será justo!" alcancé a decir ya sin aliento. El lobo me perdonó la vida, se llamaba Maluk.

Aprendí a vivir con ellos, a cazar, a dormir, a morir con ellos. En el hielo los lobos eran los amos, hasta el día en que el dios bajó a la tierra. Cuando el dios aterrizó desde el cielo, durmiente, convaleciente, parecía tan pacífico... con su pelo rubio largo, su cuerpo musculado, bello, sus ojos azules, sus sonrosados labios... su carga de muerte en sus espaldas, sus brazos asesinos, su mortal belleza...
Había aprendido a vivir como un lobo, a vivir y a matar animales, pero no sabía nada de los hombres, y menos de los dioses como aquél que aterrizó desde los cielos, dejando los campos de nieve derretidas por el calor que había provocado al estallar contra la superficie. Los lobos me miraban, yo tosía. Él era uno de los que decidía los destinos de los mortales. Qué menos que devolverle la invitación y decidir el destino de los inmortales. El dios, una vez en la tierra ya no tenía nada que hacer, era mío. Miré a sus ojos una vez despertó, y le seguí mirando a los ojos mientras le cortaba el cuello, mientras sus manos agarraban fuertemente las mías, con una fuerza sobrehumana que casi me parte en dos mientras su cuerpo temblaba tanto como las montañas, mientras los ríos de sangre brotaban del dolor de su cuello, mientras su vida se extinguía como se apagaría el sol, mientras los pájaros dejaron de cantar de golpe. Y seguí mirándolos un rato hasta que Maluk, el lobo, se acercó a mí y me dio con el hocico en el brazo. Su mirada acusaba, pero no sabía.

- No me mires así, yo soy un hombre: no soy un animal.

jueves, 22 de agosto de 2013

Segundos de paraíso.

El susurro de las olas se entremezcla con el olor a lavanda de su perfume. La ausencia de verbo llena los delicados golpes con los que la mar acaricia a su amante arenoso, crepita entre las palmeras el fuego en el que la carne toma el apetitoso color.
El paraíso se desliza entre mis dedos al retomar el contacto con las cuerdas de la guitarra. Mi voz se alza descalza entre los árboles, entre la arena. El ritmo me lo dan las olas, la melodía me la dan mis dedos, el alma y el crepitar de las llamas me deja rozar el cielo con la palma de las manos. 
Oculta su luz el sol, risueño, tras su velo de seda, el cansancio atiborra ya mi alma, los placeres de la carne ya desafiaron la integridad de mi paladar, los placeres de la música sosiegan mi espíritu y me regalan el oído. Los placeres de la vista, conjugados con el oído y la atmósfera mágica de la percepción diseñaron un mundo ideal en mi mente.
A medida que desaparecen los caballos sobre el mar del cielo, toman su lugar en el teatro las estrellas y el manto nocturno. Se pierde de vista el mar, y el gran ojo, blanco, con su cazador en el centro se asoma a mirar a los lejanos mortales sabedor de vivir muchos más años que aquellos que le parecen tan lejanos, pero de no ser inmortal. Algún día el ojo desaparecerá, y el cazador dejará de recibir los besos de la luna.
Tres mares se alzan ante mi vista, el mar, el de agua, ausente solamente visible por el reflejo de la luna en las eternas corrientes. El segundo sobre mis ojos, infinito también ante mi pobre percepción, lleno de estrellas, de gotas de leche, ajeno a las ciudades, ajeno a nuestro fuego, ajeno a nosotros. Y por último el infinito mar de sus ojos. El mar al que acerqué mi mirar, sobre el que dispuse mis labios y el que, ansioso, devoré con mi alma y el que decidí besar con mi alma.

domingo, 11 de agosto de 2013

Aleph

Cuando el aire polvoriento
quema como el infierno.
Cuando los ojos de las máquinas
brillan en el desierto.
Cuando rodea la oscuridad
la última melodía.
Cuando todavía se escuchan
los cuadros de la noche,
te veo.
Con tus ojos negros,
tu pelo negro, tu piel morena.
Tus historias, tus cuentos,
el brillo de tus ojos,
tus tiempos, tus silencios.
Cuando te veo
en los cuadros de la noche,
y se evapora el rocío
en las hojas de tu pelo,
y me murmuras
en la humedad de tus labios
y te caen los caballos
de la cabeza al pecho,
y te mueves en tus caderas,
y cantas y murmuras...
Cuando despacio hablas
y te acarician las palabras,
mi pulso se dispara
y la pena me acompaña
al saber que no te tengo.

domingo, 4 de agosto de 2013

Nella Fantasia.

Desde que el hombre es hombre, éste ha levantado sus ojos al cielo y ha contemplado con temor, con inocencia, con fantasía, los puntos de esperanza y luz que arden en mitad de la penumbra y la muerte.
Desde que el hombre es hombre, ha mirado a las estrellas y se ha visto, pequeño en la inmensidad,reflejado en ellas. Y desde que miró por vez primera, soñó, soñó con ser como ellas, en buscar un mundo parecido, justo, resplandeciente y perfecto. Lejano y etéreo, libre y confortante; un mundo donde no hiciese falta mirar las estrellas para imaginar otro mundo mejor. Una fantasía, siempre ha tenido el hombre la capacidad de crear fantasías mirándolas, ha observado sobrecogido el manto nocturno y ha imaginado, ha creado dragones y ha producido bellas flores, ha sido dios y esclavo de ella.
De esta manera todos los hombres desde el primero, todos hemos mirado el mismo cielo,imperturbable en nuestras pupilas, todos los hombres hemos sentido reflejadas las estrellas en nuestros ojos, y todos nosotros, humanos, hemos buscado la fantasía en los astros, todos iguales, es eso lo que nos une.
Y así, miles de años atrás, mientras se acurrucaba el primer hombre, se durmió; y soñó mecido por la suave nana del canto de las estrellas.