domingo, 26 de enero de 2014

Arde París.

Mientras desclavo las espinas,
arde París entre profundas grietas.
Mientras reparo mis dolores,
arde París con el reflejo vacuo.

Mientras se secan las hojas del invierno,
arde París presa de un puño de acero.
Arde París con los campos elíseos,
el Moulin Rouge y Monmartre.

Arde París debajo de las águilas
que arrancan la carne de las colinas,
arde Baudelaire, arde la revolución,
arde la absenta y la ausencia.
Arde París, la serpiente y el pecado.
No en nombre de todos los puros,
sino en el del rayo de ultramar
y el humo de los libros ardientes.

Arde París, arde Europa, ardo yo.
Y sus ascuas las fotografían
millones de cuerpos, portadores de luz.
Y sus ascuas las llevamos
en las espinas de mi corazón.

Y sus ascuas son como una oración,
a la muerte de todas nuestras palabras,
y sus ascuas se repiten con un eco,
por los caminos de un mundo que ya ha ardido.

Y las ascuas las llevo prendidas
en los cuerpos de los niños perdidos,
de los bohemios desaparecidos,
en el dulzor de los pecados elegantes,
y en la muerte del dios iracundo,
por los constantes dioses del equilibrio
que repiten las mismas posturas,
entrenando para no pelear...
entrenando para no pelear...
entrenando para no pelear...
pelear...
 pelear... pelear...

lunes, 13 de enero de 2014

Dos voces.

Quisiera tener dos voces,
una voz grave que pudiese contener el mundo
y otra voz chiquita que divage a su alrededor.

Quisiera tener dos voces,
poder decir que soy nosotros cantando a dúo,
utilizarlas en una danza equilibrada.

Quisiera tenerte en dos voces,
acariciarnos en estéreo, jugarnos en naipes.
vibrar con cada palabra, llorando juntos el nudo.
desnudar la voz, las voces, todo sin cuerpo o pupila.

¡Quisiera tener dos voces,
siete, nueve, cinco, seis!
Seiscientos millones, cien.
Todas las voces desnudas, todos los tonos del mundo.

Quisiera tener mil voces,
Para echar de menos, para verte sin mi voz.
Y volver a tener dos voces, una vez,
dos, cuatro, siete, cinco, nueve, seis, diez.

viernes, 10 de enero de 2014

Receta para la melancolía.

Cójase la primera ola del amanecer y viértase sobre un lecho de niebla vespertina. No escatime en añadir el dulzor de un primer beso, descubra el recuerdo de un desnudo lejano y unas gotas de luna llena y medianoche.
Déjelo reposar, despacio, es una receta que requiere su tiempo, la melancolía estará hecha en el momento en que tenga que llegar, no sea impaciente.
Disponga bien su cocina, póngalo a fuego lento hasta que hierva, cuando suba un vapor añejo, échele el aliento de una voz rota por el bourbon, puede añadir personalidad, un solo de trompeta de Louis Armstrong puede ser incluso recomendable, uno solo de los pasos de Sinatra bastan: terminar su novela favorita será personalísimo.
Aumente entonces los colores, disponga de un azul oscuro de lluvia, un azul suave de nube en la montaña, el negro de un cielo de ciudad, rojo de la punta de un cigarrillo huérfano perdido en la acera, sin terminar de consumirse; amarillo de los ojos de los gatos nocturnos.
Una lágrima de una mujer enamorada, perdida en su almohada; el corazón roto y oculto de un hombre exprimido gota a gota en la barra de un bar. Estos ingredientes serán los que le den el toque más característico. El humo de una vela al apagarse fugazmente es decisivo para que quede bien, remover en cualquier sentido, el que el corazón desee, el que menos mal siente. 
Por último vierta los olores, perfume de Lavanda, Romero de aquellos que sufren, Laurel para los victoriosos, resina de Pino para darle profundidad. Añádase una cicatriz y un candado. Piérdase la llave. Dejar reposar, no demasiado, pues podría asentarse para siempre.

Tómese templado, acompañado un vaso de soledad. Empacha si se toma demasiada.

martes, 7 de enero de 2014

Cuando me hablas de Amor.

jueves, 2 de enero de 2014

El cuento de no saber borrarse a sí mismo.

Arranca  de la pared los cuadros,
distánciate del  soplo de la nube,
nunca, nunca mires más a la niebla.
La tierra llora sangre gris de pavimento,
los diablos danzan al amanecer ocre.
El sonido del vómito al caer la melodía,
los cuentos de de la ciudad perdida.
El quejido en el campo discreto,
el sabor de las sábanas si tú no estás conmigo.
El ruido que silencia la marea interior.
Todo ello compone el cuadro que arrancas,
y dejas tirado en el suelo sin borrar,
cambias el vestuario, las sábanas,
el campo, la sangre, el llanto.
Pero tus pinturas ahí siguen,
tocas y tus pinturas están en tus notas,
tus pinturas en tus palabras.
El cuento de no saber borrarse a sí mismo,
la triste historia de contar segundos,
de ser lo único fijo en una esfera,
que gira tanto que no tiene forma concreta.