lunes, 23 de septiembre de 2013

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A veces escucho las grandes canciones de amor, las grandes canciones del blues, los grandes poemas, las grandes novelas, las grandes historias. Los leo.
A veces una frase me gusta, me encanta, me llega al fondo de mí mismo. Y quiero escribir una frase como esa.
A veces veo unos ojos en la calle, en la clase, una mirada. Y quisiera escribirlos, dibujarlos, sacar las notas que ocultan, la suave melodía que se esconde entre pigmentos musculares en el arco del iris, el vacío infinito de la pupila...
Cuando veo todas estas cosas, un amanecer, un atardecer en que se desparrama la pintura naranja por el lienzo del cielo, sobre las montañas, cuando el lila de las flores inunda la primavera, cuando me llegan los acordes de una preciosa melodía. Cuando todo ésto pasa cojo el bolígrafo, el teclado, el lápiz, la guitarra, la armónica, el cuaderno, el alma... Y quiero que las frases salgan con facilidad, y que de mis manos salga el dibujo más hermoso, y enseñarlo a todo el mundo, y que todos te admiren como admiran a los grandes actores, como admiran a Joaquín Sabina, como admiran al escritor famoso, como admiran al pintor.
Las palabras no salen, las palabras tardan en salir, tardan en escribirse, cuestan, hay un freno en el paladar que impide que lleguen a tus manos y se plasmen en el pale, en el ordenador, la servilleta, el muro, donde sea.
Las palabras son solamente letras. Cuando intentas enseñarlas no es igual que cuando alguien intenta enseñar un cuadro, una canción, un dibujo, algo que no sean palabras.
A mí me gustan. Las palabras. Mis palabras a veces.
Escribir.

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