lunes, 21 de octubre de 2013

El blues.

El blues es un orgasmo. Hay que disfrutarlo despacio. Comienza como una lluvia, suave, relajado. Hay que dejar unos compases para acostumbrarse, para que se acostumbre la cabeza a lo que estás haciendo, para darte cuenta de hasta donde has llegado. Las primeras notas son suspiros que se le arrancan a la guitarra. Tiene algo de violento, pero no deja de ser delicado. Conforme pasan los compases va aumentando el ritmo, y ya se acostumbra al sonido, a la situación en la que se está. La temperatura aumenta, cada nota se convierte en un dardo, en una llama que arde en mitad del pecho y del cuerpo. 
Ya no se dejan silencios entre notas, las escalas de estas son cada vez más rápidas, estadios más complejos. Cada vibrato pasa a ser una sensación que no quieres que se quede estática pero tampoco quieres que pase.
El pulso aumenta, las exclamaciones se escuchan entre el público, cada vez se está más cerca del centro de la guitarra, se escapan fraseos que se clavan en las paredes. El instrumento gime, respira acelerado, la banda acompaña.
El éxtasis se acerca, está todo programado, la intensidad sigue aumentando y aumentando, parece que no se acabará nunca. Pero se acaba. 
Se acaba en una explosión final gozosa.
Despacio
                las notas
                              se van colocando.

                                          Esperando el próximo solo.


The Sky is Crying, The Allman Brothers Band. 

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