miércoles, 25 de diciembre de 2013

Lluvia.

Le gustaba la calle en invierno, salir a contemplar cómo cada viruta de aire parece quedarse congelada entre un soplo de viento y la niebla del atardecer y la noche, la respiración de cada persona se eleva como un deseo entre las sombras alargadas de los edificios, extendiendo sus dedos sobre el pavimento. Le gustaba sentir como una lágrima refrescante la lluvia sobre su pecho, sobre su cabeza y sus gafas, escucharla golpear los cristales, caer suave como una ola, cómo se abandonaban a sí mismas en su baile con la gravedad, su constante danzar con las leyes universales, perfecto como un prisma que descompone la luz, sin forma posible como todas las cosas que no alcanzamos a conocer del todo.
Siempre le gustó la lluvia porque le hacía sentir menos solo. ¿Dónde estaba ella ahora?
Pasan los coches alrededor, pasan los transeuntes buscando la redención de sus almas en el dinero y sus objetos, pasan los pasos y desaparecen los vientos vahídos. Hay una estrella que se ve a través del cielo nublado, de las nubes negras, de las desgracias diarias, de los cuentos rutinarios. Hay una estrella que se cuela entre las bandadas de monedas, entre los vendavales de la lluvia, entre cada segundo, entre gota y gota. Y esa estrella ilumina con su luz todo el mundo que aparece entre sus dedos, toda la sangre que brota de su respiración, cada herida que le provoca su mera existencia.
Es entonces cuando la ve, subida a los edificios, no la conoce. No sé quién es, mira con pena la lluvia, no sabe sí seguir adelante, no sabe si debería de continuar con lo que va a hacer.
Una especie de urgencia, de bailoteo estúpido y apremiante susurra desde su columna vertebral hasta todo el cuerpo, un nerviosismo incontrolado se escapa con un NO gritado a quemarropa por la boca, resonando en toda la calle, cuando ella salta.
La ve, la ve convertirse en lluvia, desaparecer con las gotas, en un desgarrador instante en que el veinte y cinco por ciento de su cuerpo pasa a ser igual que el setenta y cinco restante.
Despacio.
Caen las gotas. 
Y siente su presencia, su perfume, sus ojos, sus labios en forma de gota: como si de el más tierno de los besos se tratase.

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