miércoles, 11 de diciembre de 2013

Si tienes hambre, di que estás famélico; si estás triste, di que estás taciturno.

La palabra redonda se deslizó en el hueco entre su pelo y sus oídos. Una gota de agua fría avanzó desde el fondo de su espalda hasta dividirse en los poros de sus brazos. Un dedo dibujó formas inconexas entre sus piernas como un artista intruso y desbordó el mar de sus suspiros. El nácar apareció lacerante entre los labios, la vida con la vida, la muerte con la muerte.
La desnudez cruda se distancia poco a poco, con suavidad, entre los pliegues de su piel, los ojos, cerrados, aullan como el crepitar de los árboles fuera bajo el viento del placer. Las manos intentan evitar caricias negándose a sí mismas, las piernas abiertas anuncian el florecimiento de la primavera.
Música sale de su boca, música circula entre su pecho, mientras el viento recorre desde la montaña hasta la planicie y el centro del mundo; horada y cultiva el fruto que busca. Sube y baja por los astros, recorre la superficie antes de entrar en la tierra para subir hasta el universo.
El cuerpo se volatiliza por completo cuando por las venas comienza a circular la sangre de las estrellas, brillante y ardiente. En descargas se encienden todas las avenidas mientras se vuelve, poco a poco, polvo al polvo, cenizas a las cenizas.

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