miércoles, 12 de febrero de 2014

Amanecer matemático.

Se desliza un rayo de sol dispuesto por la ventana,
recayendo sobre la guitarra con suavidad,
enseñándome un segmento de cuerda de plata.
Amanece un día más en otro cubículo de lujo,
en otra cárcel con diamantes, jaula de rubíes.
En la mesa amenaza el calendario gritando los días,
apuntándote a la cabeza con su voz de sangre.
Los relojes cantan la monotonía y la monorritmia
en corro alrededor de los asfixiados a discreción.
Las farolas gotean el aceite que dispensa la caída
de la juventud perdida, de el tiempo que se pierde siempre.
Y el mundo se quiebra si te quedas quieto,
si bailas o sonríes, si dejas que la comida
se enfríe en el plato y la succionas con rapidez,
por miedo al depredador que viene de lo oscuro.
Y miras a héroes forjando su destino lejos del tuyo,
y ves a los dioses creando en sus torres de cristal,
en sus amatistas manchadas de depravación.
Y en la serpiente que se desliza entre fajos de billetes,
en cuerpos incinerados por su propio veneno,
en lenguas muertas de ridículos pensamientos
y en siniestros de caballos desenfrenados.
Y la serpiente que no se desliza, descansa al sexto día
y disfraza con su piel y adorna la cama,
y repta más que anda pensando en un adonis de barro,
rompiendo la costilla del polvo,
almacenando sueños y más sueños,
que llenen el caligrama de la rutina y la desidia,
de la rutina y la desidia,
de la rutina y la desidia,
de la rutina y la desidia...

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