jueves, 10 de abril de 2014

Libros.

Hay ciertas sensaciones que se producen al abrir un libro nuevo. O viejo. No viejo por releerlo, sino al ver por primera vez sus páginas y sobre todo, sus palabras con consciencia de haberlo hecho antes pero sin ser capaz de recordarlo.
Hay libros insulsos cuyos párrafos se deslizan a gran velocidad sobre los ojos, se cuelan los vocablos uno detrás de otro en un ritmo sin sentido en el que solamente hay una historia, quizás apasionante, quizás entretenida, pero ese no es el libro que buscas. Hay libros cuyos párrafos van lentísimos, con una historia cargada, unos planteamientos brillantes y un contenido denso que se transmiten a la médula directamente, de los que puedes aprender demasiado.
Los primeros se leen solos. Cuando te quieres dar cuenta han pasado doscientas páginas y estás ya inmerso en ellos: tal y como vienen se van. Los segundos necesitan valor para ser leídos. Tiempo y ganas para que se descarguen sobre tu memoria y tu raciocinio. Vienen y se quedan durante mucho tiempo, marcan, pero tampoco son el libro que quieres.
El libro que quieres da un primer escalofrío al abrir las páginas, ya has oído hablar de él casi seguro, o lo has visto y te ha llamado, aparcado en la librería, la biblioteca o cualquier otro sitio, incluso un banco, un bar o un cine. El libro que quieres se vive de forma diferente, es como si tu cuerpo y tu mente se aunaran en el ritual de conocerlo y acercarte a él. Raspas su lomo con tus dedos y notas cómo se sienten tus yemas con el tacto de aquello que deseas, acercas el olfato al interior de sus páginas y disfrutas ante la inmensidad de saber que estás buscando eso.
Cada palabra que viaja de la página a tus ojos en fotones, presa de un código íntimo que solo tú y el libro comprendéis, aporta un nuevo escalofrío, una nueva sensación y, con avidez, lees. Lees con avidez y te frenas para que nunca acabe, aunque sepas que tarde o temprano lo hará, ningún libro es la historia interminable excepto uno.
Las líneas circulan de corrido, intentas frenar la velocidad, a veces olvidas el libro, a veces lo recuerdas y vuelves arrepentido a él. El libro se convierte en un todo y te llena y te descubre un abanico diferente en la vida, todo gira en torno a él, y todo se vuelve de otros colores más vivos, o más fríos, pero se vuelve de otra forma. El mundo pasa a través de él y ti para dar a conocer un olor más dulce, un sabor más intenso, una vida más placentera, hiriente. Convierte a la muerte en un parón oscuro que no se quiere ni mirar, hace olvidar las penas y las convierte en penas nuevas. Leer es amar.
Aquellos que amamos conjuntamente a la literatura y entre nosotros no debemos de separarnos nunca, tenemos que permanecer siempre unidos en el albor de los nuevos tiempos, en la caída de los imperios y en cada grano de arena que rodee nuestra danza, debemos leernos unos a otros.
Así, cada uno de nosotros tiene grabado a fuego las frases que dan comienzo a un millón de libros, como un primer beso, como un primer amor, heridas que lanzarse a uno mismo mientras se queda dormido, recordando haber amado la historia de otro, la vida de otro... “Muchos años después, el coronel Aureliano Buendía había de recordar el día en que su padre lo llevó a conocer el hielo”
Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar, en el primero, para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.”
Eran cientos. Cientos de estrellas. Cada una recorría luminosa una órbita diferente alrededor del mismo punto en el espacio. Un único punto. El centro de todo el movimiento del universo y él estaba sentado allí, en su hamaca, fumando un cigarrillo extra light.”
K permaneció largo tiempo en el puente de madera que conducía desde la carretera principal al pueblo elevando su mirada hacia un vacío aparente.”
¿Quieres dejarme ya? Aún dista el amanecer: fue la voz del ruiseñor y no la de la alondra la que penetró en tu alarmado oído. Todas las noches canta sobre aquel granado. Créeme, amor mio, fue el ruiseñor.”

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