lunes, 5 de mayo de 2014

Southern Gothic.

     El humo se arremolina a mi alrededor como un demonio. El sol se cuela como un arañazo por las diferentes pestañas de una persiana moribunda. Un perfume de mujer se mezcla con el humo. El hielo se derrite como la vida de un pez en el vaso redondo y sin adornos que alberga el amargor quemado de un bourbon cuya marca no recuerdo. La botella recorta su silueta en la penumbra, demasiado lejos como para rellenar.
      Frío y amargo a través de la garganta, parte del humo se viene conmigo en una anábasis deliciosa. Seco. Como un desierto de oscuridad. Esperaba a Lázaro. No aparecía, todavía. Mientras aguardaba, mi mente divagaba lejos de aquella habitación llena de oscuridad, ropas con carmín, bourbon y humo. Como un demonio. Sol hiriente. Mi imaginación revoloteaba sobre los perdidos mares en que me había criado durante la infancia, sobre la pequeña isla rodeada de palmeras en que la vida era verde terrosa, con el chirrido de las cigarras y los cantos de los negros como única música. Retazos en mi mente de un pasado no muy reciente, cadenas como único elemento determinante del ritmo, ligamentos hacia una casa, un hogar que no parecía ser lo que su propio nombre indicaba.
      De vuelta en la habitación escucho un ruido de pasos por el pasillo y la luz entra por la puerta como un flash momentáneo, violento e interruptor del equilibrio al que había llegado. Una bofetada que me hace regresar al mundo del demonio del humo el bourbon y el carmín. Una chica rubia, cuya jaula pectoral parece querer salirse de su escote en agudos barrotes, penetra en la oscuridad. Le sigue una figura oscura, portando un sombrero y traje oscuro, corbata a medio desanudar, un hombre que parece rellenar demasiado poco un atuendo que le queda reducido. Lázaro.
         Al rehacerse la caverna del dragón y caer la oscuridad de nuevo me levanto. El dragón que va a escupir fuego sobre Lázaro sale de mi bolsillo y ocurre todo rápido:
         -No es nada personal.
       Un fogonazo, un vómito de fuego se esparce por la habitación, la chica chilla con lo que sus escasos pulmones le dejan, manchándose su largo pelo liso con la sangre de Lázaro. Corre despavorida de la habitación. Me termino el Bourbon de un trago. Lázaro, qué mal te veo. Tirado en el suelo con la sangre salpicada en el rostro, como si te hubiesen salido lunares en la piel. Tu cara se llena con las estrellas que has perdido en el camino, aquellas que han caído desde el cielo para llegar a tu rostro, apolíneo casi en el rigor de la muerte, demacrado, estertórico. Un leve temblor en la mandíbula. Una mirada de miedo en los ojos, aprisionada por el cuerpo que se va apagando poco a poco.
          Lázaro, ¿qué has hecho para caer así? Deslizo mis dedos enguantados por su rostro, con fuerza lo agarro y giro su cabeza hasta que escucho un crujido. No hay que dejar que Lázaro se levante y ande. Tranquilo me incorporo y acompaño mis últimos pasos en la habitación deslizando los últimos acordes de la botella por mi garganta, un fuego que cae hasta mi estómago. Abandono la habitación, la luz del sol me recubre, pero el demonio del humo sigue ahí, tengo los bolsillos manchados de pólvora, el carmín sigue sobre la cama, Lázaro yace muerto en el suelo y el bourbon en mi interior. La oscuridad sigue debajo de mi ropa.
            Tengo una mancha de alcohol en la ropa. Tengo sangre en mi nombre.

Blood on my name. The Wright Brothers

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