domingo, 17 de febrero de 2013

El Vampiro. Parte I.

No se puede hablar de la locura desde las categorías de la cordura, pero ésto, esta angustia que embarga mi alma desespera hasta sus límites las frágiles cáscaras que encierran mi mente. Pero, como mi cuerpo, no se rompe. Soy débil, débil, y dejo por escrito explicaciones antes de que venza mi locura la debilidad de mi carne. No hay solución ni salida a mi calvario, no hay escape frente a la desazón, todavía aun me pregunto si no será que esto es una pesadilla horrible de la que espero despertar de un momento a otro.
Ella me odiaba, lo veía cada día en sus ojos duros, de océano glacial, molestos ante la excesiva luz solar, luz fría de nube. Me odió durante su enfermedad, durante todo el tiempo que estuve con ella, me odiaba por desperdiciar mi juventud y mi tiempo en una moribunda, nunca se lo eché en cara, nunca se lo grité. Por eso me odiaba más, me odiaba de amor. Me odiaba por convertirla en un parásito que me succionaba la vida mientras se consumía la suya. Y acabé por odiarnos a ambos. Casi recupera al morir sin mí el amor mas, al llegar el último instante sus ojos se inyectaron y, al exhalar el aire postremo, ya sin voz me maldijo en silencio.
A su muerte presencié una pena indescriptible, como de mil días de lluvia, y atronadora como las cataratas. Esperaba sentir la paz y fui despertando la pesadilla. Un silencio recorrió mi espina dorsal cuando la chispa de sus ojos se apagó en una última sonrisa macabra. Abandoné toda actividad banal tras llamar a la funeraria, y, no queriendo estar más con el cadáver me refugié en la sala más luminosa de la casa. Solamente al sentarme me di cuenta de la losa grande que reposaba ahora sobre mi corazón, era su losa, y llevaba el peso de su muerte enganchado en el alma. Escuchaba su voz en mi cabeza, tras años de no escucharla, prendida, hiriente, una lanza clavada en el pecho, retorciendo entre las entrañas, arrancándome. Lágrimas de escozor me inundaron hasta quedarme dormido sobre una mesa.
Me sobrevino una noche negra, silenciosa, de pesadilla. Como en un sueño avancé paso a paso por los pasillos, que crujían, de la casa; llegué a la cripta, guiado por otros pasos que no eran los míos y me abalancé sobre el ataúd, arrancando la tapa y dejando al descubierto la piel de prístina y pura nieve, los labios rojos henchidos de sangre frente al rigor de la muerte. ¡La amaba tanto! Al verla así el corazón se quebró y se paró, se corrompió y se deshizo en polvo. De pena la visión se tornó roja y me embotó la cabeza mientras me ahogaba en la sed que me invadió.
Un torbellino de imágenes aparecía en la mente, y, esclavo de mis actos, sentí cómo mis dientes se hundían en la piel de su cuello, que antaño besase mil veces. El torrente de sangre se deslizó por mi garganta y sació mi sed, resbaló gota a gota por los apagados conductos de mi cuello y llegó hasta mi misma alma, consumiéndola y arrebatándomela. Cuando el cadáver quedó exangüe una risa ancestral surgió de mi pecho y del suyo, sus ojos se abrieron y, en una última mirada azulada, se deshizo en polvo.

2 comentarios:

  1. Bueno, Manuel, enhorabuena por la apertura del blog y por este principio entre este mundo y el otro de la eternidad, aunque sea atormentada... Bueno, después viene la calma y el fondo de este blog es de calma... El ciclo de la vida es eso, primero agitación, luego calma, después otra vez movimiento... El eterno retorno... más o menos.
    Iré retornando a esta tormenta cuando me vea demasiado apacible.

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