miércoles, 20 de febrero de 2013

El Vampiro. Parte II

Al despertar me hallaba en mi cama, parecían los recuerdos de la noche anterior ir apagándose, como un mal sueño. Era de noche todavía, y presa de sudores fríos y el ambiente enrarecido de hospital, enfermedad y cadáver imperante en la casa decidí abandonarla, al menos por un rato.
Horas después en las tabernas, enturbiado por una visión etílica se me acercó una mujer:
    -  Buenas noches, guapetón, pareces cansado, ven conmigo, la noche es joven, te quitare esa palidez de la cara, te daré la sonrisa - dijeron sus rasgos mulatos, sus formas sinuosas, sus curvas de felino, sus ojos brillantes - .
Al responderle mi voz sonó sibilante, de serpiente, mis ojos la recorrieron con apetito, agarrándola del tallo y llevándomela, al lugar que ella dijo, avanzamos entre calles corruptas. Otras prostitutas mercadeaban sus cuerpos con sus clientes, sonriendo. Yo avanzaba como anestesiado con un hambre terrible. Ya en el motel fuimos besándonos hasta su habitación. 
Nos arrojamos sobe la cama con la furia que la pasión otorga, su cuerpo ardía con una calidez solar, el pelo rizado caía por encima de su cara, rozándole rojos los labios de sangre. Ya desnudos sus pechos relucían por encima del poema de su ombligo, sus piernas brillaban lisas, reflejo de la semipenumbra de la habitación, era vida, era luz frente a mi cuerpo marchito y blanco. Acariciaba en oleadas cada parte de su cuerpo, la estudiaba de memoria pues era la primera mujer que tocaba en años. Su cuello... me paré en contemplar su cuello, bajo la tensión del teatro del placer, se contraían los tendones, su tráquea se marcaba con cada respiración, debajo podía sentir agolpándose la sangre, podía sentir el ritmo de su corazón aumentando.
Atrapándola con una fuerza que nunca tuve amarré sus brazos a la cama y la enterré bajo el peso de mi cuerpo, besé su cuello, rió por las cosquillas y me paré un segundo en contemplar sus ojos, llenos de chispa, marrones, grandes, despiertos, alegres y vivaces solo en cáscara, profundamente tristes y muertos en el fondo. Susurró "¿Qué veo en tus ojos?" y después, como una lanza pude sentir cómo mis dientes se clavaban en su carne, desgarrándola con furor, omitiendo los gritos de saberse presa, depredada. Los tendones se desgajaban a mi paso, jugosa  rechinaba con saliva y crujían las vértebras. Bebí cada gota de su sangre, dejando pasar el torrente a través de mi boca en un grito mudo, recordando con detalle el sueño, cada vez más real de la noche anterior. 
Al salir del motel veía la sombra de las dos mujeres en cada esquina, a cada paso que daba encontraba un vestigio de sus vidas, que ahora conocía a cada detalle, veía lo cotidiano de ambas, cómo la segunda había pagado esa misma mañana una cantidad de dinero por la habitación, aireándola del cliente anterior. De la primera, recordaba el inmenso odio que me estaba matando por dentro.
No quería ser visto, e inexplicablemente apareció una niebla rodeándolo todo, una niebla maligna y densa, de la cuál yo era el mismo núcleo, en mi camino me crucé con un perro lobo, con ojos de fuego que ladró a la luna con más una carcajada que un aullido. 
Llegué a mi casa, tenía que encontrar algo, tenía que averiguar si aquello era verdad, toda la noche había actuado sin saber lo que hacía, tenía que averiguar qué demonios estaba pasando allí o por lo menos, saber si era verdad todo esto. Crucé los pasillos con una fingida calma y me abandoné en mi desvelo una vez llegué a la sala del velatorio. Arranqué la tapa del sarcófago con furia, dejando crujir la madera para, con horror, descubrir antes de retirarme a las sombras asustado, que donde un cuerpo debiere haber, no había más que polvo.

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