sábado, 2 de marzo de 2013

La jungla.

En mitad de la naturaleza escuchaba su respiración. Veía sus ojos de metal brillar entre las tinieblas. Apenas si el sol llegaba al fondo de la jungla. Había llegado a la zona con mis armas, con mi fuego y con mi expiación. Me había quedado mirando la respiración de ese ser, acompasando nuestros lados, viendo sus ojos de asesino a través de las excasas plantas. Paralizado, no podía moverme. El miedo me aprisionaba, no sabía qué me esperaba si daba un paso, y la criatura parecía no querer moverse tampoco.
No sé cuánto tiempo estuve parado, no sé cuánto pude estar allí, creo que hasta me empezó a recubrir una capa de polvo. Por fin me decidí, no sin un hálito de terror, acercarme y apartar la maleza, acceder al secreto y descubrir lo que me esperaba.
Mi sorpresa fue mayúscula al destapar un par de botones viejos que brillaban a la luz de mi linterna, abandonados ahí por quien sea. No he de mentir, me decepcionó, esperaba dragones.
Descorazonado volví a casa, regresé, y al dejar la selva del jardín de mi casa volví a mis cuatro años, a descubrir el mundo en cada paso. A encontrar ojos de fiera en todos los botones abandonados.

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